El pasado 5 de septiembre el diario El País publicaba un artículo titulado "Si come orgánico, no crea que es más sano" ,
en el que se hacía eco de un metaanálisis realizado por investigadores
de la Universidad de Stanford sobre dos centenares de trabajos
publicados sobre alimentos ecológicos y convencionales. Las
conclusiones, pese a reconocer la debilidad de la mayoría de los
estudios revisados, son contundentes: no hay ventajas significativas
para la salud en la alimentación ecológica respecto a la convencional.
Los alimentos ecológicos tienen una menor concentración de pesticidas,
aunque los convencionales, al no rebasar los límites permitidos, son
igualmente “saludables”.
“Hay que comer frutas y verduras, pero como se hayan cultivado importa
menos”, se dice en el informe. No son infrecuentes este tipo de
noticias, que toman como pretexto estudios científicos más o menos
rigurosos, para propagar la idea de que da igual lo que se coma, que las
ventajas de la producción ecológica, que suele ser más cara que la
convencional, son inexistentes y que por tanto toda la producción
agraria convencional es saludable, precisamente cuando existe evidencia
abrumadora de lo contrario.
(http://cts206.ugr.es/produccion-cientifica/
). La incertidumbre sobre los efectos en la salud de la ingesta
combinadas de varias de estas sustancias, presentes en los pesticidas
y en los aditivos alimentarios, impide afirmar que las dosis autorizadas
garanticen su inocuidad.
Precisamente lo que ofrece la agricultura
ecológica es alimentos libres de contaminación, cualquiera que sea su
origen (química, microbiana o transgénica), al prohibirse la utilización en su
cultivo de fitosanitarios y aditivos químicos usados en la preparación,
manipulación y conservación de los alimentos. El Reglamento 834/20007 y su
antecesor, el 2092/1991 definen la producción ecológica como aquellas que no
utiliza en la producción y transformación de alimentos productos químicos de
síntesis. Por esa razón, los alimentos ecológicos están libres de
sustancias que pueden ser perjudiciales para la salud.
Independientemente del rigor científico del
estudio de la Universidad
de Stanford, cuya debilidad reconocen los propios autores y que por cierto
descubre evidencias de sobre las virtudes de los alimentos ecológicos que no
tienen los convencionales, existe una vasta literatura que demuestran
las ventajas nutritivas de la alimentación ecológica. En la revista
Agricultura Ecológica, que edita la
SEAE (www.agroecologia.net), se han divulgado varios estudios
de otros grupos de investigación de EEUU, Europa y de España que concluyen
exactamente lo contrario. Casi ninguno de estos estudios parece haberse
incluido en el metanálisis del grupo de investigación de la Universidad de
Standford.
En un estudio similar (Benbrook et al., 2008),
que también revisa toda la literatura disponible, se llega a la conclusión
de que los alimentos ecológicos de origen vegetal son, en promedio, más
nutritivos que los convencionales. En ese trabajo se han revisado
todos los estudios habidos hasta 2007 y se han considerado únicamente aquellos
trabajos que permiten una comparación rigurosa con los convencionales. Con esta
selección los autores han podido realizar una valoración comparativa de 11
nutrientes. En el 61% de los casos, los alimentos ecológicos fueron más
nutritivos que los convencionales y en el 37% ocurrió lo contrario; en
el 2 % restante no hubo diferencias. Los alimentos ecológicos tienen mayor
riqueza en polifenoles y antioxidantes que los convencionales en un 75% de los
casos. Se considera, en ese sentido, que un aumento del consumo de estos
nutrientes es bueno, habida cuenta de que la ingesta media de estas sustancias
está por debajo de la mitad de de los niveles recomendados. Los
alimentos ecológicos tenían, además, cantidades superiores al 10% respecto de
los convencionales en cinco nutrientes significativos. En la misma
dirección van las evidencias recogidas por Raigón (2007) para el caso de
España. Además, la agricultura ecológica está asociada en la actualidad a tipos
de dietas más equilibradas, con una presencia mayor de los hidratos de carbono
y menor de grasas, más frutas y verduras y menos carnes y productos
lácteos.
Entonces, ¿por qué se publican noticias
tan parciales y en lugares tan destacados? ¿A quién beneficia “el desprestigio”
de los alimentos ecológicos? Hay muchos interesados en ello,
pero la lógica señala a quienes más pierden con la expansión de la agricultura
ecológica: las empresas de fitosanitarios y en general de insumos para la
agricultura química, así como las empresas que venden semillas mejoradas y
sobre todo híbridas, para cuyo cultivo se necesitan grandes cantidades de
fertilizantes químicos y fitosanitarios. En la Memoria del II Plan
Andaluz de Agricultura Ecológica (CAP, 2007) se recoge un cálculo realizado
sobre la superficie inscrita a mediados de ese año, unas 600.000 ha (poco más de
la mitad de la que existe hoy), de la cantidad de productos químicos que
gracias a la conversión de esa superficie se había dejado de verter a los
agroecosistemas de Andalucía. Los resultados son elocuentes: se dejaron de
utilizar 134.259 t de fertilizantes químicos, de los cuales 84.709 t
correspondían a fertilizantes nitrogenados, 4.362 t de plaguicidas químicos,
1.125 t de fungicidas, 1.039 t de herbicidas y 811 t de insecticidas.
Las empresas de semillas transgénicas
también están interesadas. La agricultura ecológica, que no utiliza
este tipo de material genético, representa una amenaza para sus mercados
potenciales, no sólo porque les hace perder clientes, sino porque obliga a los
gobiernos a la imposición de garantías para evitar la contaminación cruzada con
OMG y hace más difícil y poco rentable la siembra de transgénicos. El
enfrentamiento con la producción ecológica es además directo, ya que ningún
producto ecológico puede contener trazas de materias transgénico , de
tal manera que allá donde progresa la producción ecológica retrocede la
transgénica y viceversa. El caso del maíz ecológico en Aragón y Cataluña lo
demuestra. Después de detectados varios casos de contaminación con OMG,
prácticamente han desaparecido el cultivo de maíz ecológico.
Muchas de estas empresas están integradas tanto vertical como horizontalmente, constituyendo grandes empresas trasnacionales. Venden las semillas y el paquete completo de fertilizantes y fitosanitarios necesarios para cultivarlas. Nombres como Monsanto, Singenta, Bayer, BASF, etc., son bien conocidos por sus tropelías en todo el planeta. Con un poder enorme, no sólo influyen en los medios de comunicación sino también en la propia ciencia, financiando costosos proyectos de investigación que orientan en un sentido favorable a sus intereses la innovación agraria. No es de extrañar, pues, que haya científicos dispuestos a morir defendiendo la inocuidad de la producción convencional y desprestigiar la ecológica.
Muchas de estas empresas están integradas tanto vertical como horizontalmente, constituyendo grandes empresas trasnacionales. Venden las semillas y el paquete completo de fertilizantes y fitosanitarios necesarios para cultivarlas. Nombres como Monsanto, Singenta, Bayer, BASF, etc., son bien conocidos por sus tropelías en todo el planeta. Con un poder enorme, no sólo influyen en los medios de comunicación sino también en la propia ciencia, financiando costosos proyectos de investigación que orientan en un sentido favorable a sus intereses la innovación agraria. No es de extrañar, pues, que haya científicos dispuestos a morir defendiendo la inocuidad de la producción convencional y desprestigiar la ecológica.
Pese a las campañas en contra, la
agricultura ecológica - de la que Andalucía sigue, pese a todo, siendo líder
- sigue siendo la base para una alimentación sana y nutritiva .
Pero no solo eso. Por su desarrollo territorial, por los manejos agrarios que
promociona, por su asociación con los mercados locales, con el consumo en fresco
y en temporada, la hacen especialmente idónea para promover un sistema
agroalimentario más sostenible y socialmente más justo.
Universidad Pablo de Olavide
Fuente: http://www.fundaciontriodos.es
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