
A esto nos llaman la
vocación y el deber. Iremos todos los españoles que quieran igualar esta
condición con la de hombres libres. Todos ellos, pero ninguno más. Los tímidos,
los espectadores benévolos, no los queremos; que pierdan su rancia doncellez y
vengan con nosotros, o se vayan para siempre con el enemigo. Cualquiera que sea
nuestro oficio, cualquiera que sea la formación mental y moral que hayamos
recibido, los que entremos en este combate debemos ir poseídos del magnífico,
envidiable e incontrastable fanatismo por la idea. Debéis templaros en ese
fanatismo.
Cuando todo está dicho, explicado y probado, es hora de conducirse creyendo a cierra ojos que la idea nos dará la verdad social española. No temáis que os llamen sectarios. Yo lo soy. Tengo la soberbia de ser, a mi modo, ardientemente sectario, y en un país como éste, enseñado a huir de la verdad, a transigir con la injusticia, a refrenar el libre examen y a soportar la opresión, ¡qué mejor sectarismo que el de seguir la secta de la verdad, de la justicia y del progreso social! Con este ánimo se trae la República, si queremos que nazca sana y vividera. La República no puede surgir como un mal menor, originado en la podredumbre y corrupción de un régimen, sino como criatura de nuestra energía, fecunda y activa, segura de sí misma. La República tendrá que combatir con una mano mientras edifica con la otra. Los tiempos serán entonces más difíciles que los actuales, porque habremos echado sobre nosotros la responsabilidad del porvenir de España. No nos bastará barrer de un escobazo el infecto clericalismo del Estado, ni acabar con la demagogia frailuna que a los liberales moderados de hace un siglo ya les parecía repugnante. Éstas son medidas policíacas que en una hora se conciben y se ejecutan en un día. No nos bastará concluir con el militarismo para que no vuelva a surgir en el pecho de algún general la extraña iluminación de querer redimirnos a fuerza de buena voluntad.
Cuando todo está dicho, explicado y probado, es hora de conducirse creyendo a cierra ojos que la idea nos dará la verdad social española. No temáis que os llamen sectarios. Yo lo soy. Tengo la soberbia de ser, a mi modo, ardientemente sectario, y en un país como éste, enseñado a huir de la verdad, a transigir con la injusticia, a refrenar el libre examen y a soportar la opresión, ¡qué mejor sectarismo que el de seguir la secta de la verdad, de la justicia y del progreso social! Con este ánimo se trae la República, si queremos que nazca sana y vividera. La República no puede surgir como un mal menor, originado en la podredumbre y corrupción de un régimen, sino como criatura de nuestra energía, fecunda y activa, segura de sí misma. La República tendrá que combatir con una mano mientras edifica con la otra. Los tiempos serán entonces más difíciles que los actuales, porque habremos echado sobre nosotros la responsabilidad del porvenir de España. No nos bastará barrer de un escobazo el infecto clericalismo del Estado, ni acabar con la demagogia frailuna que a los liberales moderados de hace un siglo ya les parecía repugnante. Éstas son medidas policíacas que en una hora se conciben y se ejecutan en un día. No nos bastará concluir con el militarismo para que no vuelva a surgir en el pecho de algún general la extraña iluminación de querer redimirnos a fuerza de buena voluntad.
No nos
bastará con asegurar la libertad de conciencia y la libertad religiosa con
todas las consecuencias que ello trae en la vida civil y pública. No nos
bastará ofrecer a todos los pueblos hispánicos aquellos términos de concordia
que subsanen, si es posible, las aberraciones opresoras de quienes identifican
la patria con el símbolo religioso y el símbolo regio. Necesitaremos dilatar la República en el tiempo,
propagándola en las generaciones que nos sucedan, para lo cual la escuela
deberá ser nuestra; y necesitaremos arraigarla en las más profundas capas de la
democracia, para lo cual deberemos demostrar con actos que la República es la
condición inexcusable del progreso social. La República cobijará sin
duda a todos los españoles; a todos les ofrecerá justicia y libertad; pero no
será una monarquía sin rey: tendrá que ser una República republicana, pensada
por los republicanos, gobernada y dirigida según la voluntad de los
republicanos. A esta obra llamamos a todos los que piensan como nosotros, sean
jóvenes o viejos. Es vana en política esa distinción. En política, las gentes
no se clasifican por edades, sino por opiniones. Hay viejos que son militantes
gloriosos del republicanismo. Hay jóvenes que a título de modernidad remedan el
pensamiento fascista. Nosotros queremos trabajar con nuestros iguales en ideas.
Todos juntos acertaremos a darnos lo que más falta nos hace: una España libre a
la que podamos servir sin amargura.
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