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| Captura de la imagen de portada del Informe Raxen |
Acaba de publicarse el
“Informe Raxen” por el Movimiento contra la Intolerancia en su
número cincuenta y uno (enero-junio de 2012). Las conclusiones no pueden ser
peores: existe una “mundialización del odio” que pone en peligro todas las
conquistas históricas en materia de derechos humanos y respeto democrático a
las diferentes maneras de vivir concebidas por las diversas culturas en
territorio europeo. El Movimiento contra la Intolerancia –su
persona más visible es su Presidente, Esteban Ibarra- está
impulsando una iniciativa de Stop, junto con asociaciones españolas,
finlandesas y portuguesas, a esta violencia, dentro del programa de
Justicia penal apoyado por la
Comisión europea. Se trata de crear una base de datos on-line
de sentencias jurídicas y una Red Europea contra los crímenes de Odio.
El informe está
elaborado a través de una investigación puntual sobre casos de xenofobia,
racismo e intolerancia en España, caso por caso (más de doscientos) dentro de
las diecisiete Comunidades autónomas, durante el trascurso de este año 2012. La Comunidad que ha
registrado más violencia intolerante es la valenciana. Por el momento, los
datos son estremecedores porque reflejan el refinamiento de la crueldad contra
el diferente a los arquetipos sociales más implantados, ya sean sexuales,
culturales, religiosos o de género. Existe homofobia, xenofobia, violencia
neonazi y ultraderechista en general, violencia ultra en el fútbol, bandas
latinas, violencia en discotecas, violencia a menores, violencia escolar,
violencia sexista, blogs
racistas, entrenamiento con armas prohibidas,
discriminación a indigentes, islamofobia, violencia interétnica, redadas con
perfil racial y abusos policiales. Las formas de violencia son también
institucionales: aminoración de la pena por abusos policiales o por agresión
racista, archivo de diligencias judiciales por xenofobia y denegación de
asistencia médica a los sin papeles. Los teletipos internacionales, con los que
también se ha elaborado este Informe, abundan en que el espectro criminal se
extiende por todo el mundo. Este informe pone en evidencia una realidad que ya
conocemos con más detalles: se ha desatado, una vez más, “el hombre como lobo
para el hombre” pero con la anuencia, a veces, de los propios empleados
públicos que ejercen o administran la violencia. Y estamos en las
circunstancias más apremiantes para recordar las características básicas del
Estado de Derecho –subrayadas, pronto, por Elías Díaz-: el
respeto a los derechos fundamentales, el imperio de la ley, la fiscalización de
la Administración
y la división de poderes. Así es, porque las organizaciones violentas
aprovechan –según el Informe- los resquicios del imperio de la ley para
incrementar la actividad criminal, xenófoba y racista.
La violencia atizada por los fanatismos se
propaga como la pólvora. No sólo no existe ninguna suerte de cosmopolitismo que
nos hiciera ver en el otro a alguien culturalmente distinto como uno más
del género humano, independientemente de donde proceda, se ha roto, además,
cualquier suerte de respeto a un status quo que nos hiciera tolerar al
otro por más que no le comprendamos. No sólo se comportan violentamente
los sujetos más comunes o de apariencia más honorífica con su familia
–banalidad del mal- sino que la propia imagen violenta se ha trivializado en
las televisiones, el cine, las videoconsolas y las redes sociales. Se ha
extendido un modelo social de sujeto con genitales de hierro –machista,
violento, ciego y sordo a su exterior- que elimina lo diverso como un peligro
en vez de intentar comprenderlo. Es un ser desprovisto de humanidad y sin
compasión, como los seres de hierro de la primera línea de La batalla como
experiencia interior (1922) de Ernest Jünger. Se trata de
un sujeto insensible y moldeado por los estereotipos sociales más
vulgares desde afuera. Es todo un depredador humano. Fatalmente, nos agrupamos
en torno a nuestro grupo de identidad y desarrollamos un miedo paranoide hacia
el extraño que puede conducirnos al crimen. Poseemos una “identidad asesina”,
en expresión de Amin Maalouf, que se desata por miedo a lo extraño, cuando
podríamos fácilmente entender que en el otro no hay nada que temer. Es una
violencia estúpida.
Los nacionalismos, de forma más elegante o más
tosca, han contribuido a esta llamada al “calor del (propio) establo” en
expresión de Fernando Savater. La llamada a unas supuestas
raíces nacionales antiguas desconoce la multitud de filiaciones comunes que hacen
de cada hombre alguien con múltiples posibilidades de interlocución y
encuentro. La mezcla de xenofobia racista y ultraderechismo son el estilete más
incisivo de este ataque al otro. El racismo tiene las bases endógenas de la
cuadra: el bienestar propio y la embestida ajena. Sigue la ley del rebaño: cada
camada y cada rebaño tienen su propia identidad y rechazan al diferente. La
xenofobia es como lobo entre ovejas.
De la violencia de género podemos hablar otro
tanto. Lo peor es que para el Stop al racismo y la xenofobia no sirven los
santos sacramentos. La dualidad de la sociedad, la expansión masiva de su
miseria, unida al alarde minoritario del lujo, sin derechos sociales para la
inmensa mayoría, no contribuye a otra cosa que al declive de lo público –el
Estado social- y al resurgir de la violencia del extremismo político. Es un
efecto ultraderechista sustentado en un populismo antiparlamentario que no nos
conviene nada. Estemos en guardia contra este vendaval fanático que se ha
enquistado con el boquete populista en las instituciones democráticas de toda
Europa.
Julián Sauquillo
Fuente: http://www.cuartopoder.es
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