A raiz de la publicación ayer de post Historia de la República española en el exilio, nuestro compañero Mario nos envió este enlace donde se encuentra la primera parte de este interesante artículo histórico que hoy publicamos.
El 1.° de febrero de 1939 a las diez y media de
la noche, en el castillo de Figueras, a pocos kilómetros de la frontera
francesa, las Cortes de la
República española se reunían por última vez en territorio
nacional. Tanto su presidente, Diego Martínez Barrio, como el presidente del
Consejo de Ministros, Juan Negrín, examinaron en sus respectivas declaraciones
los recientes acontecimientos que auguraban ya el desastroso final de la guerra
civil, si bien el Jefe del Gobierno todavía confiaba en fijar el empuje enemigo
en Cataluña (a pesar de la caída de Tarragona y Barcelona), así como el que se
lograra resistir en la zona centro-sur.
La declaración ministerial fue sometida a
discusión. Fernández Clérigo, en nombre de Izquierda Republicana; Lamoneda, en
representación de la minoría socialista; Zulueta, por Esquerra Catalana, y Mije
en nombre del Partido Comunista acordaron la confianza al gobierno.
Seguidamente se propuso a la
Asamblea la siguiente declaración:
«Las Cortes de la
nación, elegidas y convocadas con sujeción a la Constitución del
país, ratifican a su pueblo, y ante la opinión universal, el derecho legítimo
de España a conservar la integridad de su territorio y la libre soberanía de su
destino político. Proclaman solemnemente que a esta obra de independencia y
libertad nacional asiste unánime el concurso de los españoles, y que, sean
cuales fueren las vicisitudes transitorias de la guerra, permanecen firmemente
unidos en la defensa de sus derechos imprescriptibles. Saludan al Ejército de
Mar, Tierra y Aire, y ratifican su confianza invariable en el porvenir glorioso
y libre de la patria española».
Poco después, el 6 de febrero, les
seguirían el presidente de la
República, Manuel Azaña, y el presidente de las Cortes,
Martínez Barrio, así como los jefes de los gobiernos de Cataluña y Euskadi,
Companys y Aguirre. Tras estos hicieron otro tanto el doctor Negrín y sus
ministros. Por su parte, y de una forma más o menos simultánea, una gran parte
de los diputados cruzaron igualmente los Pirineos, empezando para unos y otros
ese exilio cuya duración ninguno de ellos podía imaginar.
El Gobierno se reunió en Toulouse,
convencido de que mientras se siguiera luchando en la zona Centro-Sur su misión
estaba precisamente allí, y por lo tanto se imponía el regreso. Así lo hizo
Negrín, el 10 de febrero, aterrizando en Alicante en compañía de Alvarez del
Vayo y otros miembros del Gobierno y de algunos jefes militares. Con ello
intentaba levantar los ánimos v coordinar la última resistencia.
Azaña, que por indicación de Negrín debía
desplazarse a su vez a la zona centro, sin embargo, se negó rotundamente, pues
para él la guerra estaba terminada y la derrota total de las fuerzas
republicanas era ya un hecho irreversible. Esta actitud del Presidente de la República iba a provocar
la primera crisis en el exilio. En lugar de regresar a España se trasladó a la
embajada de París, y de allí a Collonges-sous-Saléve, en la Alta Savoya, donde el
27 de febrero alegando razones de salud envió al Presidente de las Cortes su
dimisión como Presidente de la
República.
La Diputación permanente de
las Cortes reunida en París, en un local alquilado de la rue de la Pepiniére, esquina al
boulevard Malesherbes y plaza St. Agustín, en su primera sesión celebrada el 3
de marzo (1939) fue enterada por su presidente Martínez Barrio de la dimisión
de Azaña. Dadas las circunstancias especiales del caso, y ante la imposibilidad
de reunir el Parlamento, el Sr. Jáuregui propuso que el propio Presidente de
las Cortes aceptara la presidencia de la República, previa prestación de la promesa
constitucional, a fin de facilitar la continuidad de la Jefatura del Estado.
Aprobada por unanimidad (con la sola abstención del propio Martínez Barrio) el
Presidente se dio por enterado v notificó inmediatamente al Jefe del Gobierno
dicho acuerdo (por medio de un radiograma, único medio de comunicación en
aquellos momentos), en tanto que ordenaba al Jefe del Estado Mayor del Ejército
Republicano, el general Rojo, que se trasladara a Toulouse para, desde allí,
preparar su viaje y cumplir así el acuerdo que, en última instancia, había
llevado a la dimisión de Azaña.
Pero los acontecimientos se volvieron a
precipitar. El general Rojo reconoció, poco menos que imposible, el viaje de
Martínez Barrio a la zona centro; y por su parte Negrín, ni siquiera había
podido contestar al radiograma del Presidente de las Cortes, pues se encontraba
bloqueado con sus ministros, y solo a última hora pudo lograr escapar desde el
aeródromo de Alicante y regresar de nuevo a Francia.
La llegada a París de los miembros del
gobierno Negrín llevó a una nueva reunión de la Diputación permanente
de las Cortes (7 de marzo). A instancias de Mije (comunista) propuso hacer una
declaración expresa de reconocimiento de la legalidad del Gobierno Negrín, como
único de origen constitucional. Por su parte Negrín al llegar a Francia, y tras
prometer toda clase de ayuda, mientras siguiera la lucha en el centro, declaró
que la República
y las instituciones republicanas seguían subsistiendo, ya que no se podía
admitir quedara liquidada la voluntad del pueblo español por un golpe de
fuerza.
A partir de este momento Negrín se
entrevistará con las autoridades francesas que designaron como intermediario al
Sr. Blum, si bien impondrían como primera condición para permitir la estancia
en Francia, tanto del Gobierno, como de los refugiados españoles, el que no
hicieran ninguna labor política que planteara problemas al Gobierno francés.
Poco después, Negrín compareció ante la Diputación permanente
de las Cortes (31 de marzo), reunida en París, para exponer su gestión desde la
última reunión plenaria de Figueras. Fue una larga intervención explicativa y
justificativa a la que siguió un debate bastante borrascoso con participación,
entre otros, de Martínez Barrio, Albornoz, González López, Ibarruri..., en el
que se discutió la legalidad de tal acto, e incluso del propio Gobierno.
También se planteó si la
Diputación permanente era constitucional y podía funcionar
fuera de territorio español, pues según Albornoz era evidente que no podía
haber Gobierno, sin territorio ni población, porque el Gobierno actúa sobre
cosas y sobre personas. Sobre todo se puso de manifiesto una discrepancia entre
la doble actuación de la
Diputación de Cortes por un lado, y del Gobierno por otro,
así como su interrelación o dependencia. Finalmente quedó aprobada la moción de
«que se designara una comisión de seis miembros que, con su presidente,
mantuviera contacto permanente con el Gobierno, fiscalizara su gestión y
asegurara la compenetración de éste y los partidos afectos a la República».
EL GOBIERNO NEGRIN
De esta forma, el Gobierno de Negrín —con
una legitimidad más o menos discutida—asumió la representación de la legalidad
republicana en el exilio. En torno a Negrín que ostentaba la presidencia y el
ministerio de la Defensa,
se agruparon sus amigos incondicionales Julio Alvarez del Vayo (socialista),
ministro de Estado y Francisco Méndez Aspe (Izquierda Republicana), ministro de
Hacienda. Paulino Gómez (socialista) ministro de la Gobernación; González
Peña (socialista) asumió la cartera de Justicia; Antonio Velao (Izquierda
Republicana) ocupó el ministerio de Obras Públicas; Giner de los Ríos (Unión
Republicana) titular de Comunicaciones; la cartera de Instrucción Pública la
desempeñó Segundo Blanco (CNT), y la de Agricultura, Vicente Uribe (comunista).
José Moix (PSUC) fue ministro de Trabajo. Finalmente, dos ministros sin
cartera: Tomás Bilbao (Acción Nacionalista Vasca) y Jose Giral (Izquierda
Republicana) completaron el gabinete.
El Gobierno se propuso una triple misión:
1) El problema de ayuda a los refugiados.
2) Mantener viva, dentro y fuera de
España, la idea de la
República y su legalidad.
3) Llevar a cabo la acción internacional
necesaria para volver a poner sobre el tapete la cuestión de restablecer la República en España.
De estas tres misiones, quizá la primera
es la que recabó los esfuerzos más urgentes del nuevo Gobierno, ya que eran
medio millón de españoles los que habían cruzado la frontera y se hallaban en
su mayor parte internados en campos de concentración.
El Gobierno, ya en 1937 y a raíz de la
evacuación de los refugiados de la zona norte del Cantábrico (Asturias,
Santander, País Vasco) había creado el Servicio de Emigración de los
Republicanos Españoles (SERE). En enero de 1939, a raíz de la pérdida
de Tarragona, se puso de nuevo en funcionamiento para acoger a los procedentes
de Cataluña. Como presidente de esta organización fue designado Pablo Azcárate
(antiguo embajador en Londres), y se encomendó su organización a Zugazagoitia,
Cruz Salido, Méndez y Nolla. Pero al finalizar la guerra y ser reconocido por
Francia el Gobierno de Franco, ya no podía funcionar como tal el SERE, por lo
que dicha organización —previo acuerdo de la embajada de México y del Gobierno
francés— pasó a la tutela del Gobierno mexicano. Azcárate continuó como lazo de
unión entre la República
y los Gobiernos francés y mexicano. Los medios de que disponía esta
organización todavía no se saben con exactitud, pero según declaraciones del
propio Negrín, dispuso de alrededor de unos 250 millones de francos (de los de
1939). Aquí entra en escena toda la turbia cuestión del yate Vita y las
célebres maletas llevadas a bordo hasta el puerto de Veracruz.
Dado lo complejo del control financiero y
administrativo de aquel patrimonio, la Diputación permanente de Cortes no quiso aceptar
ser la administradora de los recursos expatriados, y con fecha 31 de julio,
aprobó el Estatuto de la Junta
de Auxilio a los Refugiados Españoles (JARE). La finalidad de este organismo
—fiscalizado por la
Diputación permanente— sería la de «administrar cuantos
recursos y bienes pudieran y debieran destinarse al auxilio de los que habían
emigrado de España por defender las Instituciones democráticas de nuestro
país». Estaba integrado por un Presidente y ocho Vocales, todos ellos nombrados
por la Diputación
permanente.
El 1.° de agosto se acordó designar
presidente de la JARE
a Luis Nicolau d'Olwer, y vocales a José María Andreu, Emilio Palomo, Indalecio
Prieto, Faustino Valentín, Amador Fernández y Juan Peiró. Por otro acuerdo se
instituyó una delegación en México de la JARE integrada por Indalecio Prieto, presidente,
en representación del Partido Socialista; y los vocales Emilio Palomo, en
nombre de Izquierda Repúblicana, y Josep M.. Andreu, representante de Esquerra
Repúblicana de Cataluña.
La JARE instaló en París
unas grandes oficinas en la
Avenue Hoche, y la delegación de México, a cuenta de los
bienes en su posesión, comenzó a enviarle giros de importancia considerable
para auxiliar a los miles de republicanos españoles refugiados en Francia y en
Africa del norte. A su vez, el SERE, con Pablo de Azcárate, Alejandro Otero y Julio
de Jáuregui a la cabeza, se había instalado en la rue Trinchet.
A estas dos instituciones se añadió el
«Comité de Ayuda a España», presidido por Martínez Barrios, que poseía fondos
procedentes de recaudaciones y donativos de organizaciones y de particulares en
el extranjero de poca importancia, pero que no dejó de contribuir a la
prestación de auxilios a los refugiados. Todo ello significaba una cifra de
recursos muy importante, pero a todas luces insuficiente para las necesidades a
que se tenía que atender. De esta forma empezó la dispersión de la emigración
republicana española, que durante más de tres años se dirigió de forma
especial, desde Francia y Norte de Africa, hacia México. Los principales
puertos de embarque fueron Marsella, Casablanca, Le Havre, Burdeos y
Saint-Nazaire, para luego a través de Santo Domingo, y Cuba —vía Nueva York—
llegar a Veracruz. En total, la emigración de españoles a México alcanzó la
cifra de unos 16.000 hombres, 4.000 mujeres y 8.000 niños.
Si bien es cierto que Francia absorbió la
gran mayoría de los refugiados políticos españoles, sin embargo a México fue a
establecerse una parte selecta de la emigración formada principalmente por
intelectuales, científicos, médicos, abogados, ingenieros, arquitectos, etc.
Así ocurrió con la «Unión de Profesores Universitarios Españoles» fundada en
París, pero que no tardó en trasladarse a México. Otros muchos diputados que
provisionalmente se habían instalado en París, se dirigieron a diversos países
de Hispanoamérica donde les sería más fácil ganarse la vida con sus profesiones
respectivas (sesenta lo hicieron a México). Así Diego Martínez Barrio,
presidente de las Cortes, se embarcó para Cuba el 16 de mayo de 1939. Jiménez
de Asúa y Claudio Sánchez-Albornoz lo hicieron a Argentina, etc.
La guerra mundial y, sobre todo, la
ocupación alemana de Francia precipitó esta dispersión al iniciarse la
repatriación forzosa de algunos dirigentes políticos españoles entregados por
los alemanes a Franco, como ocurrió con el Presidente Companys, el ex-ministro
Zugazagoitia, el líder socialista Cruz Salido (fusilados poco después en
España), el anarquista Juan Peiró, el ex-director general de Seguridad Manuel
Muñoz, y tantos otros.
El propio Negrín salió de París dos días
antes de la entrada de los alemanes, replegándose a Burdeos, donde permaneció
hasta la firma del armisticio en que salió rumbo a Londres.
Por su parte, en México los partidos
antifascistas empezaron a organizarse. Diego Martínez Barrio, Alvaro de
Albornoz y el general Miaja celebraron varios mitines en La Habana, Nueva York y
diversas capitales hispanoamericanas, actos que culminaron con el proyecto de
formar un organismo político único que reagrupara a todos los republicanos
superando las diferencias accidentales que separaban los diversos partidos
republicanos.
Martínez Barrio, Gordón Ordax, Albornoz y
Giral iniciaron una serie de reuniones que acabarían cuajando en los que
Albornoz sugirió se llamara Acción Republicana Democrática Española (ARDE),
declarándose al mismo tiempo, a propuesta de Gordón Ordax, la ruptura con el
Frente Popular. A esto siguió el manifiesto del 14 de octubre de 1940 en el que
se aludió a la necesidad de restablecer en España la legitimidad, suspendida
violentamente, así como el restablecimiento de la constitución de 1931. A continuación se
eligió un Comité directivo formado por Martínez Barrio, Giral, Albornoz,
Castrovido, el general Pozas, Franchy Roca y Gordón Ordax, con residencia en
México, lugar elegido para sede directiva; Barcia y Ossorio y Gallardo, asilados
en Buenos Aires, el general Asensio, exilado en Nueva York, y Marcial Dorado,
residente en La Habana. En
el comité directivo figuraban los más esclarecidos re-presentantes de los tres
partidos republicanos nacionales: Federal, Izquierda Republicana y Unión
Republicana; de los republicanos sin partido: Ossorio y Gallardo; y del
Ejército de la República:
los generales Pozas y Asensio. Los partidos regionales no figuraban, por
decisión propia, y los socialistas quedaron excluidos porque Acción Republicana
era, como su nombre indica, una institución formada exclusivamente por
republicanos.
Sin embargo, el intento de Martínez
Barrio y Gordón Ordax de convertir este grupo en partido único republicano no
llegó a cuajar. El propio Gobierno mexicano no era favorable a la
reorganización de los antiguos partidos de España, pues una de las condiciones
con que habían sido admitidos los españoles en el país, era la de evitar
«inmiscuirse en política y en partidos políticos extranjeros». De ahí que
Izquierda Republicana se estableció bajo el nombre de «Ateneo Salmerón». El
Partido Federal adoptó la forma de un «Ateneo Pi y Margall», y el Partido
Socialista la de «Ateneo Pablo Iglesias».
Por su parte, la Diputación permanente
de las Cortes también se reconstituyó en México, y con ocasión del anuncio de
formación en España de una Asamblea o Cortes, se reunió el 27 de julio de 1942
y acordó hacer una declaración pública protestando del proyecto de unas
llamadas Cortes anunciadas por Franco. Declaración que fue dirigida a la
opinión nacional e internacional denunciando como ilegal el proyecto de
convocar Cortes en España.
A mediados de agosto del mismo año se
constituyó una Comisión interpartidos, integrada por Izquierda Republicana,
Unión Republicana, Partido Federal Esquerra Republicana de Cataluña, Acción
Catalana Republicana y Partido Nacionalista Vasco. Pero su existencia no llegó
tampoco a cuajar, entre otras cosas por la ausencia de los socialistas y por el
problema de las autonomías.
En 1943 la Unión de Profesores
Españoles emigrados, bajo los auspicios del rector de la Universidad de La Habana, tras su sesión del
22 de octubre elaboró lo que se llamaría Declaración de La Habana que constaba de 11
puntos, y en la que se ahogaba por la creación de un organismo que manteniendo
la legitimidad republicana cooperara a la libertad de los españoles y preparara
su decorosa convivencia en régimen de libertad y justicia social. Dicha
declaración llevaba las firmas de los doctores Cándido Bolívar, Pedro Bosch
Gimpera, José de Benito, Fernando de los Ríos, Francisco Giral, Félix Montiel,
Augusto Pi y Suñer, Mariano Ruiz Funes, Antonio Trías, María Zambrano, Demófilo
de Buen, José Giral, Alfredo Mendizábal, Manúel Pedroso, Gustavo Pittaluga,
Paulino Suárez, Joaquín Xirau y Luis de Zulueta.
De esta iniciativa de los profesores
universitarios fueron informados, entre otros, Negrín, Martínez Barrio,
Indalecio Prieto y Alvaro de Albornoz. Poco después, el 20 de noviembre, se
llegaba a un acuerdo —basado en el acatamiento de la Constitución del 31—
de pacto de unidad para restaurar la República española, que fue suscrito por los
partidos que votaron dicha Constitución e integraron el gobierno provisional de
la República. En
nombre de estas organizaciones figuraron como firmante: Carlos Esplá y Pedro
Vargas, por Izquierda Republicana; Indalecio Prieto v Manuel Albar, por el
Partido Socialista; Diego Martínez. Barrio y Félix Gordón Ordax, por Unión
Republicana; José Andreu, por Esquerra Republicana de Cataluña, y Pedro Bosch
Gimpera, por Acció Catalana Republicana. El Partido Nacionalista Vasco que
quiso sumarse al convenio porque desde el comienzo de las conversaciones adoptó
la actitud de considerar inexistentes, no sólo los preceptos de la Constitución, sino el
hecho mismo de la unidad de España. La
UGT se adhirió inmediatamente. Por su parte, el Partido
Comunista presentó la oposición de una Junta Suprema de la Unión Nacional que afirmaba
había nacido en España, y la CNT
no declaró ninguna hostilidad, sin sumarse a causa de su carácter apolítico.
Este pacto se concibió como abrazo de
partidos, con carácter eminentemente político. La solemne ratificación tuvo
lugar el 25 de noviembre en uno de los salones del Centro Republicano Español
de México. A continuación se constituyó el organismo directivo que quedó
compuesto con los representantes designados por cada uno de los partidos
signatarios. Por Izquierda Republicana, Alvaro de Albornoz; por el Partido
Socialista Obrero Español, Indalecio Prieto; por Unión Republicana, Diego
Martínez Barrio, y por Esquerra Republicana de Cataluña y Acció Catalana,
Antonio María Sbert. Finalmente se acordó que el organismo recién constituido
se denominase Junta Española de Liberación, nombrándose presidente a Diego
Martínez Barrio, quedando encargado de las funciones de secretario Indalecio
Prieto.
La nueva organización contó desde el
primer momento con la adhesión de casi todos los sectores de la emigración
española. Poco después, los cuatro vocales del Comité directivo convinieron en
la necesidad de ampliar éste con cuatro vocales suplentes, uno por cada
partido. Tras las correspondientes notificaciones fueron nombrados Carlos
Esplá, por Izquierda Republicana; Félix Gordón Ordax, por Unión Republicaba;
Alejandro Otero, por el Partido Socialista; y José Mascort, por Esquerra de
Cataluña y Acció Catalana.
La Junta propuso
igualmente que se le designaran representantes en los países de América y en
Inglaterra, eligiendo para estos cargos a Augusto Barcia, para Argentina; José
María España, para Colombia; Isidro Perera, para Costa Rica; Pascual Morán,
para Cuba; Vicente Sol, para Chile; Antonio Jaén, para Ecuador; Fernando de los
Ríos, para Estados Unidos; Luis Araquistáin, para Inglaterra; Jesús Vázquez
Cayoso, para Panamá; José Marcos, para Paraguay; Pedro Orpi, para Puerto Rico;
Rafael Supervía, para la República Dominicana; Luis Coello de Portugal,
para Uruguay, y Amós Salvador, para Venezuela.
El 23 de diciembre de 1943, y el 26 de
mayo de 1944, la Junta
Española de Liberación dirigió sendos manifiestos a la
opinión pública internacional, e inició campañas de propaganda y defensa de la
causa republicana. Quizá la labor más importante, y de mayor resonancia llevada
a cabo, fue su acción en la
Conferencia de San Francisco, en la que se creó la Organización de las
Naciones Unidas (25 de abril de 1945). Con esta ocasión la Junta Española de
Liberación redactó una gran Memorándum dividido en once capítulos, y que fue
firmado en nombre de la Junta
por Alvaro de Albornoz, que había sido elegido su presidente a raíz de la
dimisión de Martínez Barrio; por Gordón Ordax, Antonio M. Sbert, Carlos Esplá,
Bernardo Giner de los Ríos, Alejandro Otero, José Mascort, como vocales; y por
Indalecio Prieto, como secretario.
En él se pedía la no inclusión de la España de Franco en la
organización de Naciones Unidas, así como la ruptura de relaciones de los
miembros que la constituyeran, con España. Para poder influir más cerca de las
cuarenta y nueve delegaciones de otras tantas naciones que se iban a reunir en
San Francisco, se trasladó a dicha ciudad un Comité integrado por Alvaro de
Albornoz, Gordón Ordax, Antonio M. Sbert e Indalecio Prieto. La labor de
propaganda y captación de votos culminó el 19 de junio en la sala del Teatro de
la Opera, con
la sesión en la que la cuestión de la Junta Española de Liberación se planteó por
mediación de México, a cuya intervención siguieron otras para apoyarla (Francia,
Australia, Bélgica, Uruguay, EE.UU., Ukrania, Bielorrusia, Guatemala y Chile).
El resultado es de todos conocido. La propuesta de México quedó aprobada por
aclamación.
Poco después sería la Declaración de Postdam
la que se ocupó también de España en un breve párrafo en el que los tres
gobiernos se sentían obligados a indicar claramente que «por sur parte no
aceptaría ninguna solicitud de ingreso del presente Gobierno español, el cual,
habiendo sido fundado con el apoyo de las potencias del Eje no poseía en
atención a sus orígenes, sus antecedentes y su íntima relación con los Estados
agresores, las cualidades necesarias para justificar su ingreso en el seno de
las Naciones Unidas».
El éxito obtenido en la Conferencia de San
Francisco requería la formación de un Gobierno republicano en el exilio de
autoridad indiscutible. Negrín llegó a México con la intención de hacer un
amplio informe público para los republicanos españoles. A éste seguiría la
convocatoria de los Comités directivos de todos los partidos y sindicatos para
tratar de la restauración de las instituciones republicanas en el exilio. El
primer acto tuvo lugar el 1.° de agosto de 1945 en el teatro del Palacio de
Bellas Artes cedido a este efecto por el Gobierno mexicano. A continuación se efectuó,
a invitación de Negrín, la reunión de representantes de los partidos para
examinar los problemas planteados. Esta tuvo lugar en dos sesiones celebradas
el 7 y 8 de agosto. Asistieron todos los Comités de los partidos, menos la
ejecutiva del Partido Socialista -al que estaba afiliado Negrín- y que seguía
todavía dividida, que sólo asistió el día 7, enviando al día siguiente una
carta alegando que todo se había hecho con injustificada precipitación,
manifestando por otra parte su deseo de que se diera a todos los problemas una
solución parlamentaria. Las razones expuestas por Negrín fueron reconocidas y
se tomó el acuerdo siguiente, suscrito por todas las delegaciones:
«Los partidos v organizaciones reunidos
en el día de hoy, conscientes de su responsabilidad en los momentos actuales,
acuerdan por unanimidad requerir al presidente de las Cortes, Excmo. Sr. Diego
Martínez Barrio, a que, con la mayor urgencia posible, se proceda a convocar en
sesión extraordinaria y solemne al Congreso de los diputados, al solo efecto de
que ante éste haga la promesa con arreglo a la Constitución, para
asumir las funciones de la presidencia de la República».
El acuerdo fue
entregado a Martínez Barrio y el Congreso de los diputados se reunió el 17 de
agosto en el salón de Cabildos del Palacio del Gobierno de México. Tomaron
parte en la ceremonia 96 diputados y asistieron a ella los embajadores de
Bolivia, Colombia, China y Venezuela; los ministros de Francia, Checoslovaquia
y Suecia; encargados de negocios de Grecia, Nicaragua, Uruguay y Rusia, así
como numerosos altos funcionarios de la República, los generales Miaja, Llano de la Encomienda, Pozas, Matz
e Hidalgo de Cisneros, y el almirante de la Flota republicana, González Ubieta. En lugar
preferente tomaron asiento los generales Alberto Zuno Hernández, Cristóbal
Guzmán Cárdenas, jefe del Estado Mayor de la secretaría de Defensa, y Leonardo
C. Ruiz, oficial mayor del mismo departamento, quienes ostentaban la
representación del general Lázaro Cárdenas.
Fernández Clérigo, vicepresidente segundo
en funciones de presidente por ausencia del primer vicepresidente, Jiménez de
Asúa, que se encontraba en Buenos Aires, declaró abierta la sesión. El
secretario, Eduardo Frapolli, leyó la comunicación de la secretaría de
Relaciones Exteriores que autorizaba la ceremonia y concedía las inmunidades
inherentes a la naturaleza del acto. Se leyó igualmente un mensaje de
felicitación de la Cámara
de diputados de la República
del Perú, y las adhesiones de los diputados que se hallaban en Argentina,
Francia, Venezuela, Cuba, Nueva York y Chile, que eran en total treinta y dos.
El presidente en funciones pronunció un breve discurso en el que expresó el
sentimiento de gratitud hacia el pueblo y Gobierno de México, que había hecho
posible que el acto se realizara con la misma soberanía que si tuviese lugar en
el suelo español.
Poco después tuvo lugar el solemne acto
del juramento del Excmo. Sr. D. Diego Martínez Barrio como presidente interino
de la República. La
ceremonia culminaría con la interpretación de los himnos de Riego y de México,
mientras en el balcón del Palacio del Gobierno ondeaba la bandera republicana. La República española ya
tenía Presidente. El mismo día, Negrín puso en manos del nuevo Presidente una
carta de dimisión de su Gobierno. Martínez Barrio empezó sus consultas. Las
minorías parlamentarias se reunieron para emitir las opiniones de grupo sobre
la personalidad que sería más adecuada para ejercer en el exilio la presidencia
de un futuro gobierno de la
República. En todas ellas se conjugaron como posibles
candidatos el doctor Negrín y el doctor Giral, triunfando finalmente por gran
mayoría este último, que era el presidente de la minoría de Izquierda
Republicana, a quien el Presidente de la República le encargó procediera a formar Gobierno
de acuerdo con las características siguientes:
«Ha de procurarse que abarque en su forma
política a los grupos leales al régimen representado en las Cortes y a aquellas
fuerzas sociales que, con evidente arraigo en el país, carecen, por voluntario
alejamiento, de representación parlamentaria, y en su composición personal, a
quienes dentro o fuera de las organizaciones políticas o sindicales, simbolizan
altos valores intelectuales o morales de la patria. Es deseo del señor
Presidente que el gobierno pueda, mediante la autoridad de su constitución,
abordar y desarrollar con éxito inmediato los planes de recobro del territorio
nacional, reconstrucción económica y normalidad social, así como el formal
reconocimiento de los demás Estados. Para lograr esta finalidad, el señor
Presidente de la República
espera la colaboración generosa de todos los partidos y fuerzas sociales
defensores de la
Constitución».
EL GOBIERNO GIRAL
Giral encontró serías dificultades para
formar su Gobierno. Tras las consultas y gestiones propias del caso que se
vieron dificultadas por las negativas de Negrín y el Partido Comunista a
colaborar con el nuevo Gobierno, todavía surgieron nuevos problemas por parte
de Indalecio Prieto (socialista) y de José Tarradellas (Esquerra Republicana de
Cataluña), a los que Giral ofreció sendas carteras, que se negaron a aceptar.
Finalmente, conseguir las aceptaciones o negociaciones de personalidades
elegidas que se hallaban fuera de México retrasó también la constitución del
equipo ministerial. Para completar su lista, Giral tardó aproximadamente un
mes. Vencidos al fin todos los obstáculos, Giral publicó, al mismo tiempo que
la lista de su Gobierno, una nota en la que se lamentaba de que algunos
sectores de la emigración hubieran quedado fuera por propia voluntad.
El nuevo Gobierno quedó constituido del
modo siguiente:
Presidencia, José Giral, de Izquierda
Republicana; Estado, Fernando de los Ríos, del Partido Socialista; Hacienda,
Augusto Barcia, de Izquierda Republicana (en Argentina); Justicia, Alvaro de
Albornoz, de Izquierda Republicana; Defensa, general Juan Hernández Sarabia,
sin partido (en Francia); Gobernación, Manuel Torres Campañá, de Unión
Republicana (en Francia); Instrucción Pública, Miguel Santaló, de Esquerra
Republicana de Cataluña; Navegación, Industria y Comercio, Manuel Irujo, del
Partido Nacionalista Vasco (en Inglaterra); Emigración, Trifón Gómez, de la Unión General de
Trabajadores (en Francia); y ministros sin cartera: Angel Ossorio y Gallardo,
sin partido (en Argentina), y Luis Nicolau d'Olwer, de Acció Republicana
Catalana (en Francia).
Poco después, la
lista gubernamental se amplió con los nombramientos de dos ministros de la CNT: Horacio Martínez Prieto
(Obras Públicas) y José E. Leiva (Agricultura).
La legitimidad del Gobierno español no
tardó en ser reconocida por los gobiernos de México, Guatemala y Panamá. La
primera actuación del Gobierno Giral fue la declaración ministerial leída por
el propio Giral a las Cortes reunidas para la presentación del Gobierno el 7 de
noviembre de J945. Es el último documento político salido de la pluma de
Fernando de los Ríos.
La reunión se celebró, al igual que la
anterior, en el Salón de Cabildos del Gobierno del Distrito Federal, bajo la
presidencia del vicepresidente primero, Luis Jiménez de Asúa, y con asistencia
de ciento treinta y cinco diputados. Tras unas palabras de la presidencia de
las Cortes, el doctor José Giral empezó su declaración ministerial ante las
Cortes exiliadas agradeciendo la ayuda moral y material que a los exiliados
españoles y sus instituciones habían prestado los Gobiernos de México,
Guatemala, Panamá y Bolivia, así como los Parlamentos de Costa Rica, Cuba, Perú
y Uruguay, y el de Francia, preconizadores de la ruptura diplomática con el
Estado franquista, y los pueblos de China, Rusia y Checoslovaquia, que no
habían reconocido al régimen franquista.
A continuación abordó el cómo y el por
qué de la constitución de su Gobierno; los problemas de urgente atención, en
especial la concordia, seguridad y colaboración; la vinculación con América y
Portugal; el Estatuto de Tánger; la consecución de un Gobierno para todos los
españoles; una Iglesia no política; el respeto a las autonomías; el fin del
Ejército insurreccional; la cultura y economía; protección a los obreros; para
concluir con la pregunta ¿cuándo retornaremos a España?
La declaración gubernamental con la
votación de confianza y autorización para proceder gubernativamente fue
ampliamente debatida por los representantes de todos los grupos y subgrupos
parlamentarios. Y si bien la cámara acabó subscribiendo su adhesión política al
Gobierno, sin embargo los representantes de los grupos socialista, comunista y
Agrupación de Izquierda Republicana, intervinieron para objetar que, aun
reconociendo la legitimidad del Gobierno Giral, las colectividades políticas a
que pertenecían hubieran preferido que fuese Negrín el que lo presidiera.
Entretanto, en el interior de España la oposición antifranquista se había
organizado en la clandestinidad, en lo que acabaría llamándose Alianza Nacional
de Fuerzas Democráticas, cuyo programa de actuación quedó plasmado en el
manifiesto de octubre de 1944 firmado por los grupos integrantes de la Alianza: republicanos,
socialistas, UGT y CNT.
La política de Giral desde sus comienzos
se dirigió hacia dos campos esenciales: la política internacional y el intento
de recuperar en lo posible los bienes dispersos de la República; más fácil el
primero que el segundo. Uno de los objetivos primeros tras el reconocimiento,
en 1945, por parte del Gobierno venezolano de Rómulo Bethancourt, se enfocó
hacia Norteamérica, y sobre todo hacia las Naciones Unidas, en las que ya el 8
de febrero de 1945 se presentó una proposición en la que se insistía en la no
admisión de la España
de Franco en dicha organización. Esta propuesta fue apoyada en la Asamblea General
por Bidault, y por los delegados de Checoslovaquia, Noruega, Venezuela,
Bielorrusia, Uruguay, Yugoslovia y México. La resolución acabaría siendo
aprobada por 42 votos a favor y dos abstenciones (El Salvador y Nicaragua).
El mismo día (8 de febrero de 1946), el
presidente del Gobierno se trasladó a París, donde le esperaban ya la mayor
parte de sus ministros. Al día siguiente se le unió José Antonio Aguirre,
presidente del Gobierno vasco, y José Irla, presidente del Parlamento catalán
que había sucedido automáticamente a Companys en la presidencia de la Generalidad. Los
tres representantes de la legalidad republicana hicieron el 22 de febrero una
declaración dirigida a todos los españoles, y que fundamentalmente no era otra
cosa que una afirmación de su fe republicana.
Mientras, en el interior, los comunistas
habían entrado en la
Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas, y los monárquicos,
por su parte, tampoco permanecían inactivos.
Con la llegada del presidente de la República, Martínez
Barrio, a París se experimentó una ampliación y modificación del Gobierno. A
pesar de la oposición de Prieto, se impuso el criterio de que había que ir ante
todo a la más estrecha unión de todas las tendencias antifranquistas. De esta
forma entraron en el Gobierno los comunistas, representados por Santiago
Carrillo, y los gallegistas, cuya representación asumió Alfonso Rodríguez
Castelao, lo que venía a completar la presencia de las autonomías regionales.
Asimismo se dio entrada en el Gobierno a un miembro de la derecha republicana,
que era Rafael Sánchez Guerra, cuyo nombre quedó silenciado por el momento, por
hallarse aún en España el interesado. Tras verificar una serie de
modificaciones impuestas por las circunstancias, el nuevo Gobierno —según la Gaceta Oficial de la República del 18 de
junio de 1946— quedo constituido en la forma siguiente: Presidente del Consejo
y ministro de Estado, José Giral; Justicia, Alvaro de Albornoz; Defensa
Nacional, Juan Hernández Sarabia; Interior, Manuel Torres Campañá; Hacienda,
Augusto Barcia; Obras Públicas, Horacio Martínez Prieto; Agricultura, José E.
Leiva; Industria y Comercio, Manuel de Irujo; Instrucción Pública, Miguel
Santaló; Emigración, Trifón Gómez; Economía, Enrique de Francisco; ministros
sin cartera, Ossorio y Gallardo, Santiago Carrillo, Rodríguez Castelao y Rafael
Sánchez-Guerra.
Giral subrayó que se trataba de una
ampliación del Gobierno primitivo, y no de una crisis ministerial, ya que el
mismo programa político y la misma declaración ministerial seguían en vigor y
no serían modificados bajo ningún pretexto.
Se había logrado una auténtica
concentración republicana y democrática. El 22 de marzo fallecía Largo
Caballero, ex-presidente del Consejo y ex-ministro de la República. Su
entierro en el cementerio del Pére Lachaise, en París, constituyó una
emocionante y masiva manifestación de profundo duelo.
Los esfuerzos diplomáticos del Gobierno
Giral abocaron a su reconocimiento por parte de Polonia y Rumania. A partir de
este momento, el tema de la
España de Franco va a ser protagonista en el Consejo de
Seguridad de la ONU,
en concreto a partir de la sesión del martes 9 de abril, en la que Oscar Lange,
delegado de Polonia, planteó la situación del art. 34 de la Carta. Las intervenciones
de unos y otros culminaron en el Memorandum que el Gobierno Giral dirigió al
subcomité del Consejo de Seguridad, en uno de cuyos anexos figuraba un escrito
de varios militares españoles, residentes en Argentina.
A la vista de todos estos documentos y
declaraciones, el subcomité integrado por los representantes de Australia,
Brasil, China, Francia y Polonia emitió un amplio informe el 29 de abril de
1946, en el que se estudiaba la cuestión española y en el que se abordaban las
medidas a tomar en virtud del capítulo VII de la Carta, concluyendo con una
serie de recomendaciones al Consejo de Seguridad.
Paralelamente a estas acciones, hay que
citar el Congreso Socialista Obrero Español, celebrado en Toulouse (22-26 de
mayo); las declaraciones de 105 diputados británicos con ocasión del 18 de
Julio; así como el acuerdo adoptado por las Trade-Unions que vino a unirse a
los que habían sido adoptados en Moscú por la Conferencia Mundial
de Sindicatos; los discursos de diversos ministros (Irujo en Londres,
Sánchez-Guerra en Polonia...); el reconocimiento del Gobierno Giral por parte
de Hungría, etc., etc.
Por su parte, los Gobiernos autónomos en
esta época también incrementaron sus actividades políticas. El presidente de la Generalidad, después
de consultar a las personas que le parecieron más indicadas y de informarse
sobre todo de la opinión del interior de Cataluña, decidió ampliar el Gobierno
con el nombramiento de nuevos consejeros, quedando constituido de la siguiente
manera: Presidente, José Irla; Consejeros: Pompeyo Fabra, Carlos Pi y Sunyer,
Antonio Rovira, José Carner, Juan Comorera, Pablo Padro, Manuel Serra y
Francisco Paniello. Este Gobierno hizo una firmación de unidad catalana.
El Gobierno vasco, que de 1940 a 1945 había trasladado
su sede a Norteamérica, se reunió los 5, 8, 12 y 20 de agosto en Bayona, y
siguiendo la regla que se había fijado en Nueva York, y de acuerdo con las
organizaciones políticas vascas que funcionaban en el interior del país, se
organizó de la forma siguiente: Presidente, José Antonio de Aguirre; Finanzas y
Justicia, Jesús M.a de Leizaola; Cultura, Telesforo de Monzón; Interior, José
María de Lasarte; Industria y Navegación, Fermín Zarza; Seguridad Social,
Enrique Dueñas; Trabajo, Sergio Echevarría; Agricultura, Gonzalo Nardiz;
Comercio y Abastecimiento, Ramón María de Aldasoro; Obras Públicas, Leandro
Carro; y Sanidad, un titular residente en ese momento en el interior del país.
El Gobierno así constituido tenía la misma proporción política y la misma
composición que el proclamado en Guernica el 7 de octubre de 1936.
En el interior, la Alianza Nacional
de Fuerzas Democráticas lanzó clandestinamente un importante manifiesto a la
opinión pública, desenmascarando las maniobras que Franco y su Gobierno
llevaban simultáneamente a cabo para compensar la acción republicana en las
Naciones Unidas. Por su parte, Gil Robles tampoco permanecía inactivo y se
inclinaba cada vez más decididamente a la monarquía, cuya restauración veía
como el único medio de resolver el problema español.
El último capítulo del Gobierno Giral
giró en torno a la
Asamblea General de la.ONU que había quedado fijada para el
23 de octubre. Congresos, reuniones, viajes, discursos, etc. precedieron a la
propia asamblea en la que se iban a abordar las relaciones de España con las
Naciones Unidas. El 15 de diciembre fue adoptada, por 34 votos contra 6 y 13
abstenciones, una resolución en la que entre otras cosas se recomendaba a los
miembros de las Naciones Unidas que retiraran de Madrid a los embajadores y
ministros plenipotenciarios.
A pesar de este éxito de Giral, Indalecio
Prieto pronunció en México el 17 de diciembre, un discurso atacando al
Presidente de la República
y a la política del Gobierno Giral, declarándose favorable a un acercamiento de
todas las fuerzas antifranquistas, comprendidos los monárquicos, persuadido de
que el mejor modo de desalojar a Franco del poder era el secundar las
tentativas británicas de formar un Gobierno Provisional en España compuesto de
representantes del centro y de la derecha. Alegó que la resolución de la Asamblea General
de la ONU se
limitaba a la aplicación de sanciones diplomáticas y no comprendía ninguna
sanción económica, como se había pedido primitivamente, y que era la única
condición realmente capaz de asfixiar a Franco.
Izquierda Republicana, sin embargo,
reiteró su adhesión a Giral, quien se apresuró a reunir su gabinete el 22 de
enero de 1947. Allí expuso un programa político cuyas líneas fundamentales eran
las siguientes: Aumento de la ayuda a la resistencia. Unificación de todas las
fuerzas antifascistas del interior por medio de la creación de un consejo de la Resistencia.
Intensificación de las acciones de resistencia contra el
régimen franquista hasta el punto de hacer, de acuerdo con la presión
democrática mundial, absolutamente imposible el sostenimiento del franquismo en
el poder. Ampliación de la base del Gobierno haciendo entrar en él a
representantes de otras fuerzas antifranquistas, principalmente del interior.
Activación de la lucha de la resistencia conjugada con la presión internacional
que había comenzado a hacerse efectiva por la retirada de los embajadores.
Sin embargo, Sánchez-Guerra manifestó que
Giral no era el hombre adecuado para llevar a cabo ese programa. A su juicio,
el Gobierno había agotado todas sus posibilidades nacionales e internacionales.
La crisis estaba abierta y culminó con la dimisión de Trifón Gómez y Enrique de
Francisco, representantes en el gobierno de la UGT y del Partido Socialista, así como la de
Martínez Prieto y Leiva, ministros de la CNT. A Giral no le quedó otro recurso que
presentar al presidente de la
República la dimisión de su gabinete.
EL GOBIERNO LLOPIS
Tras las consultas de rigor, Martínez
Barrio confió a Augusto Barcia el encargo de formar un Gobierno basado en estos
dos principios:
1) Agrupar el mayor número posible de
representantes de los grupos parlamentarios y de las tendencias de opinión
política y social y particularmente del interior de España.
2) Practicar un programa enfocado al
derrumbamiento de Franco, a la coexistencia pacífica de todos los españoles y a
la restauración de la
República.
Pero los representantes del Partido
Socialista y de la UGT
se apresuraron a declarar que no podían concederle su colaboración ni su apoyo,
estimando que, dadas sus opiniones harto conocidas que le identificaban con la
política del jefe del Gobierno anterior, doctor Giral, se hallaba mal situado
para formar el Gobierno que había de realizar la nueva política mencionada en
la nota presidencial. Los representantes de la CNT respondieron en el mismo tono. Barcia, pues,
se vio precisado a desistir de su intento y a declinar el encargo que le había
confiado el presidente de la República. Seguidamente, Martínez Barrio confió
la misión de formar Gobierno a Rodolfo Llopis, secretario general del Partido
Socialista, que, después de llevar a cabo las gestiones pertinentes, logró
confeccionar la lista de su gabinete, cuyo programa se resumía en los puntos
siguientes:
1) Acercamiento con las fuerzas que, en
el interior de España, luchaban para derribar el régimen de Franco.
2) Política internacional de acuerdo con
la actitud de la ONU,
tal como resultaba de la resolución relativa a España del mes de diciembre de
1946;
3) El Gobierno de la República debía ser el
organismo que dirigiera la consulta por la que el país debía determinar el
régimen que quería darse.
El 9 de febrero de 1947 sometió al
Presidente de la República
la lista de los ministros del nuevo Gobierno, que quedó constituido así:
Presidente del Consejo v ministro de Estado, Rodolfo Llopis (socialista);
Justicia, Manuel de Irujo (nacionalista vasco); Hacienda, Fernando Valera
(Unión Republicana); Defensa, Julio Just (Izquierda Republicana); Instrucción
Pública, Miguel Santaló (Izquierda Catalana); Emigración, Trifón Gómez (UGT);
un ministro comunista de Economía nacional y un ministro de Información de la CNT, que serían designados
posteriormente. El gabinete se componía de ocho miembros, en tanto que el
anterior constaba de catorce.
El programa del Gobierno de Llopis
difería esencialmente del que había sido defendido por Giral, en que,
manteniendo la permanencia de las Instituciones republicanas, aceptaba, sin
embargo, como posible la formación de un Gobierno provisional constituido por
representantes de todas las formas de opinión. Prieto —para salir al paso de
los recelos de los republicanos— se convirtió en el animador del nuevo
Gobierno, en tanto que los partidarios de Negrín encabezaron la oposición.
La política preconizada por el Gobierno
Llopis continuó recibiendo, en el orden internacional, la anuencia de las
democracias amigas. El 2 de marzo, el jefe del Gobierno republicano era
recibido en Bruselas por el presidente Huvsman y el ministro de Asuntos
Exteriores, Spaak. Poco después, el Gobierno en pleno sería recibido —el 5 de
marzo— por Edouard Herriot, presidente de la Asamblea legislativa
francesa.
Por otra parte, se entablaron
negociaciones con los monárquicos, precisamente pocos días después de que en
Madrid se anunciara el provecto de Ley de Sucesión, y de la réplica de don Juan
de Borbón en su célebre manifiesto del 7 de abril. La posterior aprobación por
las Cortes de Franco (7 de junio) del proyecto de Ley de Sucesión, y el
subsiguiente Referéndum (6 de julio) en el que fue aprobado por un 93 por
ciento, no varió de momento la política internacional del Gobierno Llopis. De
todas formas, aunque España había quedado excluida de la Conferencia de Estados
Europeos y del Plan Marshall, la solución del problema español se hallaba en
manos del Consejo de Seguridad, que no procedió a tomar ninguna medida.
La crisis del Gobierno Llopis fue
provocada por el Congreso del Partido Socialista Obrero Español, iniciado en
Toulouse el 25 de julio. Prieto acusó con dureza a Llopis echándole en cara,
entre otras cosas, que no había tenido en cuenta unas resoluciones adoptadas
por su partido dando en su Gobierno un puesto a los comunistas. También criticó
los gastos del Gobierno, acusándole de que en un presupuesto de 12 millones de
francos mensuales los socorros para los exilados se elevaban sólo a 750.000.
Prieto insistió en que la máxima atención debía ser dirigida a la próxima
Asamblea General de las Naciones Unidas, de la que había de conseguirse, como
único medio para derribar el régimen de Franco, las sanciones económicas y el
bloqueo total por parte de los países democráticos.
El hecho de que el Congreso del Partido
Socialista diera sólo valor de símbolo a las instituciones republicanas y
exigiera automáticamente la exclusión de toda participación comunista, hizo que
el 6 de agosto de 1947 Llopis presentara al presidente de la República la dimisión de
su gobierno.
J. A. F. B.
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