viernes, 27 de julio de 2012

Fingir el orgasmo por patriotismo

Angela Merkel y Mariano Rajoy son una pareja sadomasoquista en la que ella pone el sado y él el maso. Así que cuando la canciller azota el culo del gallego, nos castiga a todos los españoles por haber sido malos. Lo que al principio parecía un juego inocente, una mera representación de burdel democristiano, ha devenido con el tiempo en porno duro de casa de putas ultraliberal. Ahora los látigos son de verdad, los moratones auténticos y si bien es cierto que usted y yo no hemos hecho nada para llegar a esta situación de mierda, Merkel y Rajoy, dos perversos de los que hacen historia, están logrando que nos lo creamos hasta el punto de que ya hay voces procedentes de la derecha y la extrema derecha que piden más castigo en sus editoriales y artículos de fondo.

—Hemos sido malos, seño, péguenos, péguenos. Así, así, más fuerte, agggg, qué gusto. ¿Da usted su autorización para que eyaculemos?

Y ahí está la madame, ataviada de correas y hierros, dándonos fuerte en el IVA, en las pensiones, en la paga extraordinaria, en la prestación de desempleo, dejando caer cera fundida sobre los pezones de los enfermos terminales, clavando agujas en la educación, en la justicia, aplicando corrientes eléctricas en las condiciones de trabajo y en las descondiciones del paro. Y todo le parece poco, pues cada día se presenta con un nuevo instrumento de tortura sin que la prima de riesgo afloje por eso su presión o las Bolsas nos den un respiro.

En cierto modo, las relaciones entre Merkel y Rajoy metaforizan las existentes entre los países del norte y los del sur de Europa, que se casaron en un rapto de locura política de consecuencias trágicas sin hacer siquiera separación de bienes (juntamos lo tuyo y lo mío y lo llamamos euro). La sociedad de gananciales, a la hora de la separación, crea tantas complicaciones que hay parejas que prefieren seguir juntas sin amor a divorciarse. Europa y España ya no se quieren, quizá no se han querido nunca, pero como el piso en el que vivimos es de las dos, no queda otro remedio que aguantar. Nos podemos ir de casa, claro, pero para vivir en un camping, que no es plan.

Rajoy ganó las elecciones con un programa de dos patas: según la primera, él era un hombre medicina, un brujo, de modo que su mera presencia en la habitación del moribundo le haría revivir. De acuerdo con la segunda, era también un latin lover ante el que la dura Merkel, hija de un pastor luterano y formada en las Juventudes Comunistas de la RDA, caería rendida como una adolescente ante George Clooney. Ignoramos quién pudo convencerle de que tenía una gracia que no se podía aguantar, pero lo cierto es que Rajoy transmitió al contribuyente la idea de que él, al contrario de Zapatero, gustaba mucho a la señora Merkel, de quien procede todo el bien y todo el mal al que un europeo puede aspirar en función de sus gustos y disgustos.

—No es cuestión de programa político —vino a decir Mariano—, es cuestión de seducir o no seducir a los mercados y a la señora Merkel. Cuando yo gobierne, los inversores nos pedirán de rodillas que les dejemos invertir en nuestro suelo.

Se le votó por eso, pues conociendo a la canciller tampoco resultaba del todo inverosímil que bebiera los vientos por un sujeto con maneras de auxiliar administrativo de los de vuelva usted mañana y aquí faltan dos pólizas. Al fin y al cabo, la señora, como hemos dicho, viene de la religión y del comunismo, un corsé explosivo de burocracia ciega y obediencia irracional al mando. Más dudoso era que Rajoy se enamorara de Merkel, no le concedemos esa capacidad, la de enamorarse, pero creímos que podía fingir el orgasmo por patriotismo.

El fingimiento, de hecho, no se le da mal: nos hizo creer que la crisis era de confianza y que subir el IVA de “los chuches” constituía una indecencia y que las niñas que nacieran bajo su mandato serían, sin excepción, rubias y de ojos azules. No dijo una verdad, una sola, pero logró que aceptáramos la mentira como animal de compañía, de modo que desde entonces nos acostamos con ella, nos levantamos con ella y la sacamos a pasear varias veces al día para que la mentira haga sus necesidades, que recogemos en una bolsita de plástico con la que volvemos a casa para comérnosla frente a la tele. Estamos comiendo mierda por un tubo.
Esto de que Rajoy mintiera sin rubor y a todas horas, incluso cuando la mentira careciera de objetivo sexual o político reconocible, conectaba oscuramente con la idiosincrasia del español medio, pues si Merkel, como se ha dicho, viene de las Juventudes Comunistas, nosotros venimos de la novela picaresca. Quiere decirse que necesitábamos un listillo capaz de hacer creer a los tontos centroeuropeos que estábamos concediéndoles un crédito cuando en realidad se lo estábamos solicitando. Y la verdad es que Rajoy creyó haberlo logrado, pues volvió de uno de aquellos viajes a territorio hostil jactándose de haberles hecho la picha un lío a todos, lo que celebró marchándose al fútbol.

La mentira carece de piernas, de modo que le pillamos enseguida, claro. Pero él, lejos de arredrarse, continuó vendiéndonos la especie de que tenía completamente sometida a Angela Merkel.
—Hasta me ha invitado a dar un paseo romántico en barco —presumió a través de sus portavoces, que filtraron profusamente las imágenes de aquel encuentro vendiéndolas como un idilio en el que la frígida mandataria se había rendido a los encantos de nuestro latin lover gallego, valga la contradicción.
Lo del paseo en barco, visto con perspectiva, constituyó uno de esos momentos en los que el sádico levanta ligeramente la presión sobre el masoquista para atizarle más fuerte después. Y nos atizó, vaya si nos atizó, con todas las medidas que Rajoy desgranó en el Parlamento reconociendo que no eran suyas porque él era un mandado.

—No tengo libertad para escoger.

En efecto, había devenido en un esclavo sexual de la señora. Lo lógico es que ante esa falta de autonomía intelectual y política, hubiera dimitido. Pero se ve que le ha cogido gusto al maso, que practica fuera, con Merkel, y al sado, que practica dentro, con usted y conmigo. Y a aguantar. Lo que hace falta es que sea para bien.


Fuente: El País

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