miércoles, 26 de septiembre de 2012

25-S



Como muchos otros españoles recibí una invitación a participar en una protesta contra las actuaciones del Gobierno, sustentado por el Parlamento legítimamente elegido. Esa noticia se reiteró por la televisión, y en un programa de debate oí las opiniones políticas que tenían los invitados. También oí en televisión algunos comentarios de ministros y otros prebostes.

El asunto es interesante; se han oído muchas necedades, pues de donde no hay no se puede sacar. Intentaré aclarar algunos conceptos jurídicos de la legislación vigente. Mi ánimo, claro está, defiende las libertades. Este gobierno y “sus periodistas”, ha dejado claras sus intenciones, fruto de su indigestión de poder, por falta de laxante democrático. Son como un gobernador civil de la dictadura que en su toma de posesión dijo ¿o también amenazaba?: “tardo en obrar, pero cuando lo hago, lo hago duro”. Por supuesto, le llamaron el estreñido.

La Ley de Orden Público establece la obligación de comunicar a la autoridad que habrá una manifestación indicando, fecha, lugar y hora. No se solicita una autorización, sino que se da una información. Pero no es una formalidad material, sino escatológica: que la autoridad sepa cuando y donde se celebrará la manifestación a fin de que tome las medidas oportunas para, sin desnaturalizar este ejercicio de la libertad personal, hacerla compatible con el Orden Público. Que el gobierno lo sabe no hay duda; de hecho ya ha empezado a tomar medidas tale como limitar la proximidad de la manifestación al Congreso de los Diputados.

Se trata, sin duda de medidas ilegales por su desmesura. La fecha de la manifestación es 25-S. En consecuencia es irracional que los alrededores del Congreso estén tomados por la Fuerza Pública. Y están tomados por ellos, porque han dejado de ser lugares de libre tráfico para los demás. De modo arbitrario, por excesivo, han limitado nuestro derecho a ir por el país, que es un derecho constitucional. Eso no ocurría desde que murió el dictador y golpista General Franco, el que nombró al rey que nos gobierna porque “todo está atado y bien atado”.

Otra cuestión es la de si los ciudadanos alteraremos o no el Orden Público. Éste es un concepto jurídico indeterminado. Un Jefe de Policía me explicó en la Dirección General de Seguridad, donde ahora ejerce la Sra. Aguirre, “si dos beatas se paran a la salida de misa de 12 en la puerta principal de la catedral podemos considerar que alteran el Orden Público porque, formalmente, lo altera”. Quizá haya un fantasma deambulando por el edificio. Da la impresión de que se mantiene ese espíritu, oídas ciertas declaraciones sobre Orden Público.

Si la “alteración del Orden Público” justificó la paliza a los menores de edad en Valencia; si la “alteración del Orden Público” justificó las multas a los que defendían la inocencia del juez Garzón, entonces quizá es que es verdad “que todo está atado y bien atado”. 

Eso justificaría aun más la manifestación del 25-S. Se trata de recuperar la democracia y “desatar lo que sigue atado” bajo el mando del rey franquista travestido en parlamentario.

Manifestar desacuerdo con el Gobierno es un derecho que hasta nuestra Constitución no democrática reconoce. No se pierde en las elecciones. Los gobernantes demócratas lo saben. Para los no demócratas  las elecciones son un cheque en blanco que les entrega el pueblo con la obligación implícita de comportarse a partir de entonces como infantes de babero. Quieren que obedezcamos lo que decía: “come y calla”. ¡Aunque no comamos! Eso es puro espíritu dictatorial de unos travestidos de demócratas. Cambia la liturgia, pero “sus” dogmas continúan.

La verdad es que:

1.- Todo el mundo tiene derecho a expresarle al Gobierno su desacuerdo. 

2.- La Ley de Orden Público sólo permite la represión si hay riesgos para las personas o cosas.

3.- Las fuerzas de orden público no siempre tienen comportamientos constitucionales.

4.- Sus agentes parecen ignorar que están a nuestro servicio; ya no son esbirros del gobierno.

5.- Las órdenes inconstitucionales son delitos; nadie, ¡menos un funcionario!, debe obedecerlas.

6.- Los funcionarios, los agentes de policía lo son , han jurado respetar la constitución; no violarla.

7.- A la vista de los precedentes convienen recordar tiempos pasados que no “eran mejores”.

8.- Un molinero en Prusia, que fue atropellado por el Rey, dijo “todavía quedan jueces en Berlín”.

9.- Aquí más nos vale olvidarnos del Rey; de quien lo nombró rey; y del juramento que juró cumplir.

A.J. Vázquez


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