Nos encontramos ante un segundo abandono, una segunda traición. Esta es la
sensación que se vive en el entorno de las asociaciones de solidaridad con el
Sáhara desde que el Gobierno de Mariano Rajoy decidió
repatriar a los cooperantes destacados en los campamentos del Frente Polisario
en Tinduf. Así se han expresado algunos de los integrantes de la delegación que
ha vuelto al Sáhara para contrarrestar la demoledora imagen que la medida de
Exteriores ha dado sobre la seguridad en los campamentos de refugiados.
Con la retirada de los cooperantes no se trata solo de privar al pueblo
saharaui de su principal vínculo con la solidaridad internacional a través de
las numerosas y activas asociaciones de amistad españolas. A esta medida, que
aumentaría de forma considerable el aislamiento del Sáhara, hay que añadir la
radical disminución de las ayudas económicas del Estado, que, de acuerdo con
algunos cálculos, sería de hasta un 75 por ciento menos en el último ejercicio
de la cooperación oficial. Ambas medidas suponen la aceleración por parte del
Ejecutivo del Partido Popular del proceso de abandono que ya inició Felipe
González y continuaron Aznar y Zapatero.
En noviembre de 1975, cuando se estableció el primer abandono, en plena
agonía de Franco y, por lo tanto, con el actual rey Juan
Carlos como jefe del Estado interino, también se adujeron razones
inevitables, como la amenaza de una guerra con Marruecos o la propia crisis del
régimen franquista.
Entonces, para la inmensa mayoría de la población española y,
significativamente, para muchos mandos militares, solo se trataba de excusas
para hacer dejación de los compromisos adquiridos con el pueblo saharaui. Ahora
ocurre lo mismo con la crisis económica y la amenaza que supone la caída del
Azawad, la región del norte de Mali, en manos de los principales grupos
yihadistas que actúan en el Sahel.
Nadie niega este peligro, comenzando por el propio Polisario y las
asociaciones que lo apoyan. Se sabe que, desde el secuestro de los tres
cooperantes en Tinduf por el Movimiento para la Unicidad y la Yihad en el África
Occidental (MUJAO), el Frente saharaui ha aumentado las medidas de seguridad y
ha creado patrullas especiales dedicadas a evitar la infiltración de estos
grupos en la porosa zona donde confluyen las fronteras de Argelia, Mali y
Mauritania.
Campo de refugiados saharauis en Tifariti, (EFE) |
También resulta incuestionable que, al convertirse el norte de Mali en
santuario para el MUJAO y el AQMI (Al Qaeda en el Magreb Islámico), su
capacidad de acción ha aumentado considerablemente y que la operación militar
en marcha, con respaldo de Francia y Argelia, para desalojarlos del Azawad
complicará aún más la situación.
Pero, como señalan las asociaciones de apoyo al Sáhara contra la decisión
del ministro García-Margallo, “la inestabilidad política y
social en los países del Sahel, y en particular en el norte de Mali, donde se
concentran varias organizaciones islamistas y bandas internacionales de
delincuencia, no se combate con medidas militares sino con una política clara y
eficaz de ayuda al desarrollo de las poblaciones autóctonas que el mismo
Ministerio de Exteriores ha eliminado con la excusa de la crisis económica”.
Además de recordarle la obligación que tiene España, según los acuerdos
internacionales, de garantizar “unas condiciones de vida dignas y seguras al
conjunto de la población saharaui”, estas organizaciones concluyen que con
estas medidas solo se persigue “aislar a los campamentos saharauis”,
facilitando así “la política de anexión y genocidio marroquí”.
No se trata por lo tanto de salir corriendo y después hundir el Sahel en un
infierno bélico, como en Irak, sino de reforzar los vínculos y aumentar la
ayuda, en todos los órdenes, con aquellas organizaciones que, como el
Polisario, también están tan interesadas en impedir que el Sahel sea el nuevo
paraíso de los grupos yihadistas armados.
El Frente saharaui es solo una de las organizaciones “antiyihadistas” que
existen en esa amplia franja que va desde la costa atlántica hasta el mar Rojo
formando la frontera natural con el África Negra. No es ninguna casualidad que
el Polisario tenga unas buenas relaciones con los tuaregs del MNLA (Movimiento
Nacional de Liberación del Azawad), enfrentados al AQMI y al MUJAO, ni que los
tuaregs colaboren con los diversos movimientos bereberes del Magreb y con los
tebúes de Libia y Chad, y estos con los autonomistas de Darfur, quienes, a su
vez, han coordinado su lucha con los independentistas del sur de Sudán.
En líneas generales, todos ellos se oponen a que el Sahel se convierta en
una nueva plataforma internacional para el terrorismo yihadista.
Paradójicamente, todos ellos también tienen el común denominador de haber sido
abandonados por las potencias occidentales que, como España, prefieren
establecer sus estrategias en base a los intereses de los Estados y no de los
pueblos que los componen.
MANUEL MARTORELL
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