Hubiera resultado casi impensable
hace sólo unos años. Pero el profundo malestar ciudadano por los efectos
combinados de la crisis y los recortes, y sobre todo el desplome de la
credibilidad en la Corona
a causa de episodios como el caso Urdangarín o la cacería de elefantes
en Botsuana, han convertido las expresiones públicas de rechazo a la familia
real en una imagen habitual. Felipe de Borbón y su esposa, Letizia
Ortiz, fueron abucheados la semana pasada a su llegada al teatro Campoamor
de Oviedo para presidir la entrega de los Premios Príncipe de Asturias. Y una
sonora bronca recibió ayer a la reina Doña Sofía en la Lonja de Valencia, que
albergó la ceremonia de los Premios Jaime I.
La de ayer fue la tercera
exhibición de hostilidad hacia un miembro de la familia real en poco más de un
mes. El pasado 17 de septiembre, los abucheos a los Príncipes eclipsaron el acto
de inauguración del curso escolar en un colegio público de Fuensalida (Toledo).
Es cierto que el grueso de las expresiones de descontento fue dirigido contra
el ministro de Educación, José Ignacio Wert, y la presidenta de
Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal, por los recortes
educativos. Pero el heredero y su esposa tampoco se libraron de la ruidosa
pitada que les dedicó un nutrido grupo de estudiantes, profesores y padres de
alumnos, una representación de esa España cabreada cuya confianza
en la clase dirigente está bajo mínimos.
El contacto directo de Don
Juan Carlos con la ciudadanía en actos públicos se ha visto
sensiblemente reducido desde el estallido del caso Urdangarín y el
escándalo provocado por el safari en Botsuana. Una de las razones de esa agenda
menguante está, obviamente, en el desgaste del monarca provocado por la edad
-el próximo 5 de enero cumplirá 75 años- y por sus intervenciones quirúrgicas,
las dos últimas hace tan sólo seis meses, tras romperse la cadera durante la
polémica cacería africana. Pero hay otro argumento de peso, menos evidente,
para justificar su progresivo alejamiento de la calle: preservar en lo posible
su figura de jefe del Estado de la ira popular. Esa estrategia explica que en
los últimos meses el Rey haya limitado su agenda oficial, casi en exclusiva, a
audiencias en La Zarzuela
y viajes al extranjero.
Los esfuerzos de la Casa del Rey por relanzar la
imagen de la Corona
y rescatarla de los estragos causados por el último annus horribilis no
han calado en amplias capas de la sociedad, a juzgar por las continuas muestras
de rechazo en la calle. Ningún gesto de La Zarzuela parece suficiente para acallar ese
imparable malestar: desde el castigo a Iñaki Urdangarín, apartándolo de
la agenda oficial de la familia real y forzando su salida de Telefónica, a las
disculpas públicas del monarca por la cacería en Botsuana, pasando por la mayor
transparencia en las cuentas de la institución monárquica, el recorte en su
presupuesto o el diseño, mucho más moderno, de la nueva web de la Casa Real. Todo parece
quedarse corto.
La Casa del Rey asiste con una
mezcla de estupor y resignación a esta escalada de animadversión ciudadana, que
unas veces se expresa de forma espontánea y, en otras ocasiones, responde al
llamamiento de grupos organizados, ya sean sindicatos, colectivos de
funcionarios o miembros de plataformas como el 15-M. "Cuando la calle está
incendiada, como ocurre ahora, hay que aguantar y poner buena cara",
asegura un portavoz de La
Zarzuela. "Frente a ese malestar no podemos hacer mucho
más, salvo ser más selectivos a la hora de confeccionar la agenda
oficial", añaden las mismas fuentes.
Tampoco ayuda a rebajar la
tensión el hecho de que los miembros de la familia real vayan siempre
acompañados en sus apariciones públicas, como es preceptivo, por un miembro del
Gobierno o alguna autoridad autonómica, ya que son éstos los que suelen atraer
las mayores muestras de rechazo y descontento. Ayer en Valencia, por ejemplo,
las banderas republicanas y los pitos con que fue recibida la Reina por un centenar de
ciudadanos se mezclaron con los gritos de "¡ladrones!" dirigidos al
presidente de la
Comunidad Valenciana, Alberto Fabra, y a la alcaldesa
de la ciudad, Rita Barberá.
Fuente: http://www.elconfidencial.com
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