miércoles, 8 de agosto de 2012

La República es racional


Las palabras transmiten conceptos, pero a lo largo de su vida se le adosan otros, por méritos propios o por endoses injustos, que desvirtúan el concepto y hacen necesario cambiarlas, o desembarazarse de ellos, para mantener el concepto original. De criada se pasó a chica; luego a la equívoca “chica para todo”; luego a asistente, arrastrando connotaciones del abuso militar, y hoy a empleada del hogar. En los USA decir negro es insultante. Como estos hay muchos otros ejemplos.

La República es hija de la Razón y eso es lo que la caracteriza. Adjetivarla de laica es un error de concepto pues laico es lo “no” religioso, con lo que se atribuye a la Repúblico un no valor: “no ser religioso”, fácilmente convertible en antirreligioso, sin serlo. Simplemente, ¿cabe más?: es racional.

La República es un fruto de la Razón. La libertad de pensamiento que fomentó nos permitió descubrir que todos éramos seres humanos; que, por eso, todos éramos iguales y, por tanto, todos teníamos los mismos derechos humanos que, en consecuencia, eran Derechos Humanos Universales. 

Frente a esta racionalidad existía un sentimiento religioso nacido del pánico del hombre al verse desvalido ante la monstruosidad de una naturaleza incomprensible. Atemorizado, inventó unos dioses protectores. Fue una reacción irracional similar a la del avestruz, que esconde la cabeza en el agujero; a la del niño que llora pidiendo auxilio ¡aunque esté solo! Su solución fue, pues, escapar de la realidad; inventarse otra que no existía. La otra fue no huir de la realidad y afrontarla con la Razón.

Aprovechando ese temor, algunos se hicieron únicos intérpretes de los dioses inventados por el pánico. Con más o menos modernidad, la galería de intérpretes, desde el brujo de la tribu al Sacerdote Sumo de una religión más o menos sofisticada, ofrece el mismo personaje. Las plumas de ave, el hueso atravesando el tabique de la nariz o el anillo de colmillo de un animal de los unos cumplen el mismo papel que las sedas, tiaras o amatistas de los anillos de los otros. Son una distinta moda textil y de aderezos. Cada uno usa la que sabe que impresionará más a “sus creyentes” según sus usos sociales. Pero el mensaje es el mismo: “cree en mí”. Porque “esos creyentes” no creen en los dioses que inventaron los intérpretes; estos les enseñan a “creer en ellos”, en que ellos son los intérpretes de esos dioses y por eso, sólo porque el intérprete lo dice, “creen que los dioses existen”.

Ambas estructuras son idénticas en su irracionalidad. Donde ignoran algo, inventan algo para explicarlo; lo fundamentan en revelaciones que “sólo” reciben ellos, los elegidos; en lo dicho por profetas; pero sus mensajes del futuro los “interpretarán esos intérpretes” tras morir el profeta; en milagros, que son sucesos que, simplemente, no se pudieron explicar con lo que entonces se sabía.

Para que no haya fisuras, el círculo vicioso se cierra con la “creencia” en “su infalibilidad” en el intérprete y, de ahí en que hay otro mundo lleno de placeres: huríes, ríos de leche y miel, etc., a gusto del creyente. No cabe reclamación si no hay ni otro mundo, ni bienestar. Antes hay que morir. Que un  muerto reclame al que lo prometió, esté éste vivo o muerto, es imposible. Así, los “más vivos” meten en el círculo a los “menos vivos, por más crédulos”, y soportan sin queja, y aun apoyan, sufrir todos los atropellos irracionales, pero bien reales en su vida real “creyendo en el otro mundo”.

La República es racional; las religiones son irracionales, sin excepción. Todas ellas hacen alarde de esa irracionalidad a la que llaman fe. Creen lo “revelado sólo a sus intérpretes”: creen que hay otro mundo lleno de seres protectores; como es un hecho que no nos protegen de la injusticia que sufrimos, creen que nos compensarán con una justicia extraterrenal; …. y mil cosas más. Cada creyente cree sólo sus creencias; también cree que las otras son falsas. Siempre cree; nunca razona.

La República es racional y respeta la realidad. Nuestros conocimientos son limitados; hoy menos que ayer; mañana menos que hoy. NO “explica” lo que no entiende con mitos que, como NO se pueden comprobar hay que creer ¡porque sí! La Razón formula hipótesis; verifica su certeza ante a la realidad misma. Y si NO explica la realidad que ve, lo único cierto, las rechaza y sigue buscando.

La República, usa los recursos comunes de los impuestos para financiar lo común a todos: lo racional. La República defiende el valor de la Razón; por eso no puede apoyar lo irracional; pero respeta el derecho del ciudadano a ser irracional. No fomenta su opción irracional, pero respeta su libertad, un Derecho Humano Universal. Porque la razón le obliga, educa a la juventud en el raciocinio. La República ofrece, ¡NUNCA impone!, la alternativa de aumentar el conocimiento por la vía de la Razón. Al contrario que las religiones, nunca persigue al que defiende una irracionalidad mientras no haga daño a nadie. No como la religiones, que unidas al poder persiguen al no creyente. En la República caben las religiones. Si éstas tienen el poder, no cabe la república; sólo la monarquía.

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