Las
palabras transmiten conceptos, pero a lo largo de su vida se le adosan otros,
por méritos propios o por endoses injustos, que desvirtúan el concepto y hacen
necesario cambiarlas, o desembarazarse de ellos, para mantener el concepto
original. De criada se pasó a chica; luego a la equívoca “chica para todo”;
luego a asistente, arrastrando connotaciones del abuso militar, y hoy a
empleada del hogar. En los USA decir negro es insultante. Como estos hay muchos
otros ejemplos.
La
República es hija de la Razón y eso es lo que la caracteriza. Adjetivarla de
laica es un error de concepto pues laico es lo “no” religioso, con lo que se
atribuye a la Repúblico un no valor: “no ser religioso”, fácilmente convertible
en antirreligioso, sin serlo. Simplemente, ¿cabe más?: es racional.
La
República es un fruto de la Razón. La libertad de pensamiento que fomentó nos
permitió descubrir que todos éramos seres humanos; que, por eso, todos éramos
iguales y, por tanto, todos teníamos los mismos derechos humanos que, en
consecuencia, eran Derechos Humanos Universales.
Frente a
esta racionalidad existía un sentimiento religioso nacido del pánico del hombre
al verse desvalido ante la monstruosidad de una naturaleza incomprensible.
Atemorizado, inventó unos dioses protectores. Fue una reacción irracional
similar a la del avestruz, que esconde la cabeza en el agujero; a la del niño
que llora pidiendo auxilio ¡aunque esté solo! Su solución fue, pues, escapar de
la realidad; inventarse otra que no existía. La otra fue no huir de la realidad
y afrontarla con la Razón.
Aprovechando
ese temor, algunos se hicieron únicos intérpretes de los dioses inventados por
el pánico. Con más o menos modernidad, la galería de intérpretes, desde el
brujo de la tribu al Sacerdote Sumo de una religión más o menos sofisticada,
ofrece el mismo personaje. Las plumas de ave, el hueso atravesando el tabique
de la nariz o el anillo de colmillo de un animal de los unos cumplen el mismo
papel que las sedas, tiaras o amatistas de los anillos de los otros. Son una distinta
moda textil y de aderezos. Cada uno usa la que sabe que impresionará más a “sus
creyentes” según sus usos sociales. Pero el mensaje es el mismo: “cree en mí”.
Porque “esos creyentes” no creen en los dioses que inventaron los intérpretes;
estos les enseñan a “creer en ellos”, en que ellos son los intérpretes de esos
dioses y por eso, sólo porque el intérprete lo dice, “creen que los dioses
existen”.
Ambas
estructuras son idénticas en su irracionalidad. Donde ignoran algo, inventan
algo para explicarlo; lo fundamentan en revelaciones que “sólo” reciben ellos,
los elegidos; en lo dicho por profetas; pero sus mensajes del futuro los
“interpretarán esos intérpretes” tras morir el profeta; en milagros, que son
sucesos que, simplemente, no se pudieron explicar con lo que entonces se sabía.
Para que no
haya fisuras, el círculo vicioso se cierra con la “creencia” en “su
infalibilidad” en el intérprete y, de ahí en que hay otro mundo lleno de
placeres: huríes, ríos de leche y miel, etc., a gusto del creyente. No cabe
reclamación si no hay ni otro mundo, ni bienestar. Antes hay que morir. Que
un muerto reclame al que lo prometió, esté éste vivo o muerto, es
imposible. Así, los “más vivos” meten en el círculo a los “menos vivos, por más
crédulos”, y soportan sin queja, y aun apoyan, sufrir todos los atropellos
irracionales, pero bien reales en su vida real “creyendo en el otro mundo”.
La
República es racional; las religiones son irracionales, sin excepción. Todas
ellas hacen alarde de esa irracionalidad a la que llaman fe. Creen lo “revelado
sólo a sus intérpretes”: creen que hay otro mundo lleno de seres protectores;
como es un hecho que no nos protegen de la injusticia que sufrimos, creen que
nos compensarán con una justicia extraterrenal; …. y mil cosas más. Cada
creyente cree sólo sus creencias; también cree que las otras son falsas.
Siempre cree; nunca razona.
La
República es racional y respeta la realidad. Nuestros conocimientos son
limitados; hoy menos que ayer; mañana menos que hoy. NO “explica” lo que no entiende
con mitos que, como NO se pueden comprobar hay que creer ¡porque sí! La Razón
formula hipótesis; verifica su certeza ante a la realidad misma. Y si NO
explica la realidad que ve, lo único cierto, las rechaza y sigue buscando.
La
República, usa los recursos comunes de los impuestos para financiar lo común a
todos: lo racional. La República defiende el valor de la Razón; por eso no
puede apoyar lo irracional; pero respeta el derecho del ciudadano a ser
irracional. No fomenta su opción irracional, pero respeta su libertad, un
Derecho Humano Universal. Porque la razón le obliga, educa a la juventud en el
raciocinio. La República ofrece, ¡NUNCA impone!, la alternativa de aumentar el
conocimiento por la vía de la Razón. Al contrario que las religiones, nunca
persigue al que defiende una irracionalidad mientras no haga daño a nadie. No
como la religiones, que unidas al poder persiguen al no creyente. En la
República caben las religiones. Si éstas tienen el poder, no cabe la república;
sólo la monarquía.
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