Mariano Rajoy no puede dimitir. Ha sacrificado mucho para llegar a donde
está: varios años a la sombra de Aznar y otros tantos de derrotas humillantes
frente a Zapatero. No debe dimitir; se lo debe a los millones de
españoles a los que engañó y a los compañeros de partido, presuntos corruptos,
que le apoyaron por miedo a perder su silla. Como los invitados de ‘El
Hormiguero’, Mariano Rajoy ha venido a divertirse. Al igual que en la
televisión hay que pasar unas aburridas horas en maquillaje antes de salir a
ver a ‘Trancas y Barrancas’, el presidente del Gobierno sabe que tendrá que
aguantar algunas pequeñas molestias para seguir disfrutando de las alegrías que
le está dando el cargo por el que tanto suspiró.
A Mariano Rajoy no le quita el sueño que Cataluña esté a punto de hacer las
maletas. Él lo considera una simple “algarabía” de los amantes de la patria
chica que, al contrario que él, no conocen mundo. Porque el nacionalismo se
cura viajando y Mariano Rajoy le ha cogido el gusto a esto de volar –¡con
el miedo que le daba!- desde que está en La Moncloa. También
es cierto que es mucho más divertido cuando llevas el avión cargado hasta los
topes de solomillos, jamón de a 190 euros el kilo y “extra de vino y whisky”.
Por supuesto, Cardhu, porque para eso es presidente del Gobierno.
A Mariano Rajoy no le inquieta que Madrid sea una ciudad reprimida por
la violencia. Que hayan vuelto los tiempos del franquismo. La época de “como
sigas haciendo fotos tengo una furgoneta que te puedo enseñar por dentro”, la
de los autobuses interceptados en la carretera para cachear a los viajeros y la
de los policías-delincuentes que te dan su identificación en código morse con
porrazos en el lomo. Él está muy lejos, en Nueva York, dando discursos que sólo
escuchan los conserjes de la
ONU. Ejerciendo de turista, haciéndose fotos con los Obama, fumando
puros por la Sexta
Avenida y, quién sabe, quizás echando un escupitajo desde lo
alto del Empire State, porque para eso es presidente del Gobierno.
A Mariano Rajoy no le turba que los protagonistas de la portada del New
York Times hayan dejado de rebuscar en los contenedores para reclamar su
dignidad. Que miles de personas salgan día sí y día también a pedirle que se
vuelva a la Pontevedra
de la que nunca debió salir. Él no necesita la aprobación de estos
alborotadores “que abren telediarios”, ni siquiera la de sus votantes porque ya
sabe que ellos tampoco le apoyan. Le basta con la complicidad de “los españoles
que no se manifiestan”, de esa presunta “inmensa mayoría” que, como si fuera
una vergonzante enfermedad, le sufren en silencio. Porque para eso es
presidente del Gobierno.
No sois nada más que la pequeña molestia que precede a la merecida
diversión. Sois la charleta sobre la multipropiedad en Roquetas de Mar
que le separa del juego de sartenes de regalo. Sois el anuncio previo que sale
en los vídeos de Youtube. A Rajoy le asustaba más una rueda de prensa de la lideresa
Aguirre que veinte manifestaciones. Y ya ni siquiera queda Esperanza.
Marcos Paradina
Fuente: El día de la marmota
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