Era 21 de julio de 1969. Pasaba
unos días en Comillas la noche que llegó el primer hombre a la luna. Entonces
los apartamentos no tenían televisión por lo que nos acercamos al bar del
pueblo para ver el momento. Era por la noche; la gente del lugar que estaba en
el bar jugando la partida siguió jugando su partida sin hacer el más mínimo
caso. Sólo unos cuantos foráneos estábamos allí mirando ¿como tontos? aquello
de:”esto es un pequeño paso para el hombre y un gran paso para la humanidad”.
Ni que decir tiene que aquella llegada a la luna no es que fuera la noticia del
día 22 de julio, fue la noticia de toda la semana, incluidas las declaraciones
de algunos que negaban que aquello fuera otra cosa que un invento de Hollywood.
Por esas mismas fechas en
España seguíamos haciendo el indio. La corrupción de Matesa había sido
descubierta por Fraga que, como premio, recibió el cese del Dictador. El Opus
se hacía con el Gobierno. Franco convocara unos meses atrás un referéndum en el
que había que decir que sí y todo el mundo había dicho que sí. Era una
autorización - ¿tendrá descaro el tipo? - que le pedía al pueblo para poder
nombrar rey a quien le saliera de las narices que, por aquellas fechas, era el
nieto del “rey conejo”, Alfonso XIII, el que se había largado el mismo 14 de
abril de 1931 dejando atrás a la mujer y a los hijos con lealtad y noblezas
borbónicas.
Dicen que a Franco le disgustó que esa noticia de
la llegada a la luna le quitara todo el “glamour” a su invento: su ceremonia
del 23, donde nombró príncipe Juan Carlos y su sucesor en la dictadura, pero
con el título de rey, aunque, muy cuco, se dio el derecho de revocación. Se
dice - ¿habrá quien lo crea? - que al príncipe se tuvo que tragar ese sapo.
La mayoría creemos que lo tragó a gusto. Llevaba suficientes años de meritoriaje – fruto del acuerdo entre el dictador y su padre, el príncipe de Asturias, el hijo del “rey conejo”, el último dictador regio. Se dice que a éste se le saltaron las lágrimas, no se sabe si por lo bien que le iban las cosas a su hijo o por lo mal que le estaban saliendo a él, y que su comentario fue: “al menos Juanito ha leído bien el discurso”. Por aquellas fechas todavía estaba siendo tratado por un logopeda para ver si conseguía hablar bien y que se le entendiera.
Pero todos le entendimos. ¡Vaya si lo entendimos!
Para quedarse con el chiringuito con el que Franco robó la libertad a 40
millones de personas y la vida a 1 millón, estaba decidido a “jurar en falso lo
que le echaran”; ¿o no juraba en falso? Le preguntaron: «En nombre de Dios y
sobre los Santos Evangelios, ¿juráis lealtad a Su Excelencia el Jefe del Estado
y fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional y demás Leyes
Fundamentales del Reino?» a lo que sin pestañear respondió: «Sí, juro lealtad a
Su Excelencia el Jefe del Estado y fidelidad a los Principios del Movimiento
Nacional y demás Leyes Fundamentales del Reino.» juramento del que nunca
abjuró. Da igual, su crédito tras aquel juramento es el que es.
Años después volvería a jurar ¿en falso o
lealmente?: “Juro por Dios y sobre los Santos Evangelios cumplir y hacer
cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los Principios
que informan el Movimiento Nacional”. Todos sabemos cuanto vale un juramento
para este señor y cómo entiende el la lealtad y cuanto respeta a Dios y a los
Evangelios.
Si con quien le dio el chiringuito se portó como
se portó, ¿qué lealtad nos cabe esperar de él? Él sabe que es nuestro último
obstáculo para poder dar Fin a la
Transición y recuperar la Democracia que nos robó
Franco, de cuyo robo juró ser leal defensor. Está dispuesto a serlo no sólo
hasta la muerte, sino que pretende endosarnos a su hijo. ¿Perjurará también lo
que sea?
Hay cosas, sin duda, que son hereditarias. La
ética se aprende en casa con el ejemplo.
A.J. Vázquez
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