A grandes rasgos, se puede decir
que sólo existen dos maneras de gobernar a una sociedad. Una es la que se basa
en ofrecer seguridad a los ciudadanos; que los gobernados tengan la certeza de
que, ante cualquier circunstancia de sus vidas, les arropa el imperio de la
ley. La otra consiste en inculcar la incertidumbre, valerse de la herramienta
del miedo. O convivir, o reprimir. En definitiva, vivir en un Estado de Derecho
o en el Estado del Derechazo.
Desde el primer
momento, este Gobierno ha optado por la segunda alternativa. Ya es habitual,
después de cada protesta o manifestación, asistir a una sesión cinematográfica
de apaleamientos, agresiones gratuitas y vejaciones por cortesía de los
antidisturbios. Muchos caerán en la tentación de pensar que estos agentes son
de naturaleza violenta, pero lo cierto es que hace un año no se comportaban
así.
La prueba definitiva nos la dio el miércoles el
Sindicato Unificado de Policía, cuando denunció cómo ha subido el tono de los
entrenamientos de los antidisturbios. En el de esta semana, hasta ocho agentes
acabaron heridos de distinta consideración en tobillos, rodillas, ojos y
testículos y un jefe de unidad tuvo que ser trasladado al hospital. Todo indica
que se ordenó disparar las carísimas pelotas de goma (que ya nos han
costado un muerto en Euskadi y varios ojos de la cara) sin hacerlas rebotar en
el cuerpo, como manda la ley.
Prueba de ello son que hasta los escudos de los
agentes acabaron reventados. Si este es el saldo entre agentes que parecen
Robocop, cuál será el resultado entre ciudadanos que como mucho llevan un peto
fluorescente, que más que protegerles les convierte en diana fácil para los
famosos cazadores de ojos. Con razón el sindicato ha preguntado al
ministro de Interior si es que “está buscando un muerto”.
El Gobierno siempre tan atento a las denuncias
del SUP ya ha tomado medidas. Justo un día después de desvelar estos
entrenamientos, Interior ha abierto dos expedientes disciplinarios al
secretario general del sindicato, aunque escudándose en su difusión del
borrador Mas-Pujol y en su defensa de los policías que se nieguen a hacer
desahucios. Es decir, más represión.
Sangrante, aunque a nivel moral, también es el
caso de Alfonso, el joven de 21 años que fue detenido a la puerta de su casa la
mañana de la huelga general en Vallecas, cuando se dirigía a un piquete.
Después de 72 horas, a petición expresa de la Fiscalía, Alfonso fue
enviado a prisión preventiva por “alarma social”. Allí sigue, sin haber sido
juzgado, quince días después. Si tiene televisión en su miserable celda de Soto
del Real a lo mejor se ha enterado ya de que Gao Ping y otros quince colegas
mafiosos chinos van a salir de la cárcel porque un juez les tuvo unas horas de
más detenidos.
¿Y qué pueden esperar los ciudadanos que sufran
uno de estos excesos? Pues nada, para que engañarnos. Sobre todo cuando el
Consejo de Ministros indulta, por partida doble, a cuatro mossos d’esquadra que
apalizaron a un inocente, le pusieron una pistola en la boca y vejaron
a su esposa embarazada en la puerta de su casa. La excusa de los agentes es que
le confundieron con un delincuente, como si eso lo justificase. Si el Gobierno
perdona hasta dos veces a estos cafres y les permite seguir llevando el
uniforme, ¿qué no hará por los antidisturbios a los que se les vaya la mano
defendiendo esta “democracia que nos hemos dado entre todos”?
Rajoy va de cumbre en cumbre, practicando su
inglés Chiquito style,
convencido de que su puesto está asegurado mientras tenga al pueblo
atemorizado. Pero cuando se extienda la sensación de que no hay justicia, la
gente saldrá a tomársela por su mano. Porque usar el miedo como herramienta de
gobierno es igual que utilizar una cerilla para alumbrar la oscuridad. Al
principio funciona, pero pasado un tiempo acabas quemándote los dedos.
Fuente: El día de la marmota
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